Se tiende a considerar que las aspiraciones utópicas cumplen a gentes soñadoras, despegadas de lo real. La semana que acaba nos ha deparado la prueba -audible, ya que no palpable- de que también quienes están ligados por naturaleza a lo real sueñan con las más imposibles utopías.
No me refiero a la utopía real de Carlos de Inglaterra. Las cosas que el príncipe de Gales dice por teléfono son indiscutiblemente imaginativas, pero nada utópicas. Si «utopía» quiere decir etimológicamente «no lugar», «lugar inexistente», está claro que a él esa palabra le sobra. Tiene perfectamente claro en qué lugares le gustaría estar: ora supliendo a un támpax de doña Camilla Parker, ora dando vueltas en un inodoro. Son aspiraciones de gusto dudoso, sin duda, pero destinadas en todo caso a verificarse en sitios nada utópicos. Francamente tópicos, incluso.
Quien sí ha evidenciado una real inclinación por la utopía es la reina Isabel, mamá del suprascrito. Aseguran sus allegados que la reina de Inglaterra «espera que este desdichado incidente se olvide pronto». iQue se olvide pronto! Esa sí que es una utopía de mil pares (o de mil lores, si hace más al caso).
Mi devoción por las monarquías -por todas, en general- es de sobra conocida. He alcanzado con el tiempo tal grado de entusiasmo monárquico que incluso soy capaz de llamar a doña Isabel II «Su Graciosa Majestad» sin plantearme siquiera la posibilidad de que haya algo que resulte chocante en semejante tratamiento. Pero aspirar a que lo del támpax y lo del WC se olvide -y pronto, además, me parece excesivo. Pasará el tiempo, desdeñará la Historia que un antecesor de Isabel II llamado Enrique VIII rebañara el cuello de Tomás Moro, autor de La Utopía, y seguirá el cachondeo general sobre el príncipetámpax. Impepinable.
Ya ven: la reina de Inglaterra se nos ha vuelto rematadamente utópica. ¿A que es graciosa, Su Graciosa Majestad?
Javier Ortiz. El Mundo (17 de enero de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2011.
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