Durante la ocupación alemana de Francia, Jacques Grange, de paso por Lyon, conoció a Geneviéve. Jacques había sido hasta entonces un modesto pero reconocido ilustrador. Geneviéve trabajaba como bordadora. Jacques y Geneviéve se enamoraron en aquellos días de noche y niebla, y siguieron amándose de por vida. «Nos comprendíamos. Nos entendíamos. Teníamos las mismas opiniones sobre la sociedad y sobre el arte», explicó Jacques durante el juicio al que fue sometido el miércoles pasado en Poitiers por haber matado a Geneviéve el 12 de enero de 1991.
Por el estrado pasaron los hijos de la pareja, uno a uno. Ninguno de ellos dudó al decirlo: «Nuestros padres se amaron mucho».
En 1986 Jacques y Geneviéve se retiraron a Dangé-Saint-Romain, un pueblecito en la zona de La Vienne. Y allí vivieron en paz hasta 1990, año en que Geneviéve, tras cumplir los 81, empezó a dar preocupantes muestras de demencia senil. La vieja bordadora perdía la memoria, confundía las caras, se extraviaba por la calle... «Mamá se ahogaba», dijo en el juicio su hija Gilberte, en cuya casa pasó la anciana el fin de año de 1990.
La enfermedad fue a más. A primeros de enero, Geneviéve comenzó a negarse a comer. Para Jacques, aquello fue el fin. «Me dije: los médicos van a llevársela. Y quince años antes nos habíamos prometido el uno al otro que, en caso de cáncer, de parálisis o de cualquier otra enfermedad grave, el que aún estuviera en condiciones ayudaría al otro a quitarse de enmedio», explicó Jacques al jurado.
En la medianoche del 11 de enero de 1991, el viejo hizo que su mujer tomara una fuerte dosis de somníferos. A la una de la madrugada, cuando ella ya dormía profundamente, le disparó una bala de carabina en la boca. «No quedó desfigurada. Le dí un beso y la tapé».
El fiscal reclamó cinco años de cárcel para completar los 83 que Jacques ya cuenta. Su abogado, por toda defensa, leyó la carta que el anciano escribió para su amor el día en que ella cumplió los 82.
Bastó con ver las lágrimas de los miembros del jurado para saber cuál sería su veredicto. No dudaron ni por un momento: pocos hombres tan inocentes como él.
Inocente ante la Ley. Culpable de amar tanto. «Si hay una persona en el mundo a la que no quisiera hacer sufrir, eres tú», dice el amor. Jacques no consideró la injusta ley de los hombres, sino las generosas leyes del amor. «También se remata a los caballos, ¿no?», pregunta el protagonista de la demoledora novela de Horace McCoy tras haber disparado contra su amiga, hundida irremisiblemente.
Morir por amor es mucho sacrificio. Pero matar por amor y seguir viviendo -Jacques Grange lo sabe muy bien- lo es doblemente.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de diciembre de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de diciembre de 2010.
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Escrito por: xosé.2010/12/17 15:47:8.208000 GMT+1