Lo comentó de modo muy lúcido Ignacio Camacho el pasado lunes: tampoco está tan mal -comparativamente hablando, se entiende- que la Policía israelí haya solicitado a la Justicia autorización para que le permita torturar a un detenido palestino. Lo normal es que las fuerzas del orden -de todos los órdenes- peguen a los detenidos sin pedir permiso a nadie.
Con Pepo Montserrat se les fue la mano bastante. Pero con otros fueron aún más enérgicos, y al final optaron por deshacerse de sus cadáveres enterrándolos en cal viva, o hundiéndolos en el Bidasoa. No pidieron permiso a ningún juez.
El tribunal israelí ha resuelto que la Policía de su país puede ejercer «una presión física moderada» sobre el detenido palestino. Quiere decirse que, para la Justicia de Israel, hay dos géneros de tortura: la moderada y la inmoderada. Como fórmula jurídica es aberrante, sin duda. Pero sólo porque avala de modo público una práctica que se suele ejercer a escondidas. Bien mirado, no sólo muchos policías, sino también muchos jueces, muchos políticos y muchos, muchísimos ciudadanos piensan como el tribunal israelí: que la tortura, si está «bien hecha», es aceptable.
Suele haber divergencias entre ellos, eso sí, a la hora de establecer en qué consiste torturar «bien». Ya vemos que los israelíes tienen un criterio más bien cuantitativo. He oído a algunos que ponen el acento en la discreción y la eficacia de la tortura: «Que hagan lo que tengan que hacer -dicen-, pero que yo no me entere». En fin, están los que creen tener una posición con mayor fundamento moral: sólo hay que recurrir a la tortura, según ellos, cuando el detenido se niega a revelar una información necesaria para evitar un daño mayor.
Ninguno parece entender por qué es radicalmente intolerable la tortura, en todo caso y en cualquier forma. Ninguno, incluida la legión de los que entre nosotros quitan importancia a los crímenes de los GAL aduciendo que los torturados eran terroristas (cosa por lo demás incierta). Creen todos ellos que el problema clave de la tortura es que viola los derechos del detenido. Y como el detenido les importa una higa, pues la tortura igual. Pero la cuestión no es ésa. La tortura no es intolerable por el daño que causa al interrogado -que también- sino, sobre todo, porque envilece a quienes la practican y a quienes la toleran. Métodos y fines van de la mano. Aceptar que una causa se defienda con armas ilegítimas es avenirse a que la propia causa se convierta también en ilegítima.
Aunque, en realidad, ¿qué más les da? Sus causas suelen ser ya ilegítimas de antemano.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de noviembre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de noviembre de 2010.
Comentarios
Javier Ortiz, siempre tan lúcido y comprometido.
Qué verdad tan clara la de la vileza de quien calla ante la tortura. Y qué vergüenza que hoy estén siendo torturados cientos de detenidos en el Sáhara sin que nuestro gobierno de mierda haga o diga nada de nada.
Javier no hubiera callado. ¡Qué pena que se nos fuera tan magnífica pulga cojonera!
Escrito por: Txema Mercado.2010/11/19 00:44:28.354000 GMT+1