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2001/03/06 06:00:00 GMT+1

La sucesión

Cuando hace cinco años José María Aznar anunció que no se presentaría a una segunda reelección, me pareció una decisión sensata.

Me equivoqué.

Se habría tratado de una decisión digna de aplauso si hubiera sido el corolario de una reflexión general sobre la inconveniencia de la perpetuación de los políticos en determinados puestos de máxima responsabilidad.

Ése es, en efecto, uno de los problemas que presentan los regímenes de tipo parlamentario. Tienen diversas ventajas, pero algunos inconvenientes. Entre ellos, la dificultad -la imposibilidad, más bien- de fijar por ley la limitación de mandatos, lo que permite generar situaciones de presidencialismo fáctico, como la que vive Cataluña con Jordi Pujol, o como la que estuvimos a punto de experimentar todos con Felipe González, felizmente frustrada por los propios y muy variados yerros del aspirante a candidato eterno.

Pero Aznar no hizo ninguna reflexión global de ese género o, si la hizo, se arrepintió inmediatamente. Renunció a proponer a su partido que su decisión fuera tomada como regla general de obligada aplicación en todos los casos semejantes. ¿Tuvo miedo de enfrentarse a Manuel Fraga, dispuesto a llegar al final de sus días como presidente de la Xunta? Fuera por lo que fuere, el caso es que desposeyó a su gesto de todo carácter ejemplarizante y lo convirtió en poco menos que la expresión de un capricho personal.

Pues bien: tomada la cosa así, como una rareza suya, mejor habría hecho en callársela, en lugar de darla a conocer a bombo y platillo con tanta antelación. Mejor, quiero decir, para su partido. Porque, a medida que va acercándose la fecha del inevitable hecho sucesorio, todos los que se consideran capacitados para ganar la carrera de La Moncloa van poniéndose nerviosos. Realizan continuos movimientos destinados a mejorar posiciones en la línea de salida: se reparten codazos, se tiran zancadillas... Formalmente todos pretenden que el asunto no va con ellos, pero en la práctica están montando un penoso desfile de modelos presidenciables que no sólo enturbia la vida interna del PP sino que, además, y dicho sea con franqueza, es una pesadez.

Entiendo que Rodrigo Rato haya decidido dejar claro desde ahora mismo que no tiene la menor intención de participar en esa pelea.

Muchos dudan de su sinceridad. Yo no. Me parece una decisión inteligente. Cuando estemos en vísperas de las elecciones de 2004, tras dos años y pico de navajeo entre los aspirantes y de enigmáticos gestos de Aznar, lo más probable es que el campo de batalla de la sucesión aparezca cubierto de cadáveres políticos. Y Rato estará intacto. Sea para marcharse tranquilamente a labrar su predio, como afirma que hará -y como seguramente planea hacer-, sea para aceptar in extremis el encargo de convertirse en el jefe, por exclusión de todos los demás.

Por el momento sólo una cosa está clara: que Aznar la ha hecho buena.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (6 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/03/06 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: aznarismo diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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