Condoleezza Rice pidió ayer en el acto inaugural de la 35ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) que el organismo continental cree «instrumentos» que permitan «superar las amenazas a la estabilidad» que se ciernen sobre algunos países del área, entre los que citó a Bolivia, Ecuador y Haití. Los representantes de Venezuela y Brasil se opusieron de inmediato a la formación de una fuerza con derecho a intervenir en los asuntos internos de los países miembros.
Supongo que nadie tuvo la ocurrencia de preguntarle a Rice si su propuesta incluía la posibilidad de que la OEA ordenara una intervención en los Estados Unidos de América en el caso de que los socios continentales vieran en peligro la democracia del «gran vecino del norte». Los fotógrafos hubieran hecho su agosto inmortalizando la cara de estupor de la secretaria de Estado estadounidense.
En todo caso, lo que puso de relieve la reacción de Venezuela y Brasil, con la que imagino que simpatizarían más o menos visiblemente otras delegaciones, es la alarma que se va extendiendo en el mundo ante los crecientes recortes de las soberanías nacionales.
Todo el mundo está de acuerdo en que el campo de actuación de un muy amplio conjunto de actividades económicas, sociales, culturales, etcétera, es hoy en día el planeta entero y que esa realidad supranacional ha convertido en inservible el viejo concepto decimonónico de soberanía. Pero la evidencia de que las naciones no pueden oponerse ya sensatamente a la cesión de importantes parcelas de su soberanía no puede servir de coartada para neutralizar cualquier pretensión de soberanía y deificar las decisiones de organismos internacionales formados por oscuros mecanismos de cooptación entre los poderosos, sustraídos al control de las poblaciones.
En ese sentido -aunque probablemente no en muchos otros-, la respuesta de Venezuela y Brasil a Condoleezza Rice se emparenta con el no de Francia y Holanda al Tratado de la Constitución Europea. En Europa también se extiende la fundada sospecha de que las naciones están cediendo cada vez más parcelas de sus soberanías particulares, pero no en aras de la sustanciación de una soberanía de ámbito superior, continental, sino en beneficio de organismos alejados del ojo público -el caso del Banco Central Europeo es llamativo- que deciden sobre los destinos colectivos desde torres de marfil sólo accesibles a sus allegados. Eso no es transferir soberanía; eso es, pura y simplemente, perderla.
Cuanto más lejos se desplaza el centro residencial de la soberanía, más inaccesible e incontrolable se vuelve. Y más progresa la oligarquía como sistema de gobierno.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (6 de junio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de octubre de 2017.
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