Aunque quienes lo decimos abiertamente nos contemos con los dedos de una mano -la izquierda, en concreto-, es comentario general en los mentideros de la Villa y Corte que la última operación judicial de Mayor Oreja -perdón, quería decir la última operación policial de Garzón- es un disparate de tomo y lomo. A los detenidos se les acusa de haber montado «una trama de desobediencia civil». A la luz del Código Penal, tanto da que hubieran montado una trama de adoradores de El Bosco: no existe el delito de desobediencia civil. Para estas alturas, se sabe incluso que el famoso documento en el que supuestamente ETA había plasmado el plan de la susodicha trama no es obra de ETA, sino de un caballero que ha reconocido su autoría sin ningún problema. Lo que ocurrió, sencillamente, es que un dirigente de ETA tenía una copia de ese documento. Como podía tener un ejemplar de Le Monde, o la ya famosa novela de Ana Rosa Quintana (o de quien sea).
Mayor Oreja, que en privado -pero tampoco mucho- habla de Garzón como de cualquier otro de los instrumentos de su muy peculiar política vasca, y que como tal lo ha condecorado con una cruz pensionada, se ha metido por una vía enloquecida de hostigamiento general hacia todo lo que huela a nacionalista.
Al margen de la calificación moral que pueda merecer semejante política, parece necesario preguntarse también por su utilidad. No me refiero a su utilidad social, sino a su utilidad para él.
Es realmente muy dudosa.
Esa política de elefante en cacharrería sólo le puede reportar beneficio en una eventualidad, a saber: que en las próximas elecciones vascas el PP, el PSE-PSOE y Unidad Alavesa obtuvieran conjuntamente al menos 38 escaños -siete más de los que tienen ahora-, de modo que pudieran formar Gobierno.
Lo cual es extremadamente improbable, porque el electorado vasco está muy solidificado en dos bloques: el españolista y el nacionalista. La mayor parte de los trasvases de votos que se producen en Euskadi -que tampoco suelen ser gran cosa- se mueve dentro de esos campos. El PP puede quitarle votos a UA o al PSOE, y el PNV arañarle electores a EA o a EH, pero eso no altera la asignación final de votos a uno y otro bloque. Ningún dato de la realidad permite augurar que se vaya a producir un éxodo masivo de votos del PNV al PP, que es lo que Mayor necesitaría... y a lo que apunta su política de acoso sistemático a Arzalluz e Ibarretxe. Los más recientes sondeos sobre intención de voto pronostican una repetición, a pocos escaños de diferencia, del resultado de las anteriores elecciones. «Es que los sondeos de opinión que se hacen en Euskadi no son fiables», replica el ministro pre-candidato. Y a continuación añade que el PP cuenta con otros sondeos que indican lo contrario. Por lo visto, ésos sí son fiables.
Pongamos que el bloque españolista aumenta su representación parlamentaria, pero que no llega a conseguir los 38 escaños necesarios para formar Gobierno. El fracaso de la estrategia de Mayor sería de los que hacen época, hasta el punto de que al ahora ministro del Interior no le quedaría más remedio que irse a su casa.
Pero lo de menos, a esos efectos, sería el batacazo personal de Mayor. Lo de más, el absoluto desaire en el que quedaría el propio Aznar y el conjunto del PP. De la noche a la mañana, se quedarían sin política vasca. ¿Qué podrían hacer? ¿Empezar a reclamar nuevas elecciones? ¿Seguir durante cuatro años boicoteando los trabajos del Parlamento de Vitoria y negándose a hablar con el nuevo lehendakari? Resultaría grotesco. Pero tampoco quedarían muy bien cambiando de política: equivaldría a reconocer que se han pasado dos años dando palos de ciego.
Tengo la sensación de que el PP está jugando en Euskadi a la ruleta rusa, pero no con una bala en el tambor del revólver, sino con cinco.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de octubre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de abril de 2017.
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