Se ha dicho en estos últimos días hasta la saciedad: «No hay que confundir a Pujol con Cataluña». Desde luego que no. Hacerlo sería un grave error, y también una estupidez: ¿cómo confundir a un señor con un país?
Me pasa con esa advertencia como con la otra, también típica, de quienes empiezan sus exordios proclamando cuántos amigos tienen en Cataluña, cómo les gusta, qué bonita es la Costa Brava, etc.
Cuando oigo tales preámbulos -excusatio non petita...-, ya sé que debo estar preparado para que me endosen un mitin anticatalanista.
Pujol no es Cataluña, of course, pero hace falta ser o muy ingenuo o muy hipócrita para no ver que detrás de muchos de los dardos que se lanzan contra el muy interesado apoyo que Pujol presta a González -y a veces ni siquiera detrás: al ladito, y muy visible- hay una fobia contra lo catalán -y contra el catalán- de aquí te espero.
Así las cosas, a mí no me extraña nada que, entre los catalanes que no apoyan a Pujol -y que son la mayoría, si sumamos los que votan a otros partidos y quienes no votan-, haya muchos que estén que trinan contra algunas de esas críticas, y que hagan frente común con Pujol, así sea tan sólo en eso.
El resultado es que el conflicto España-Cataluña está otra vez al rojo vivo.
¿De quién es la culpa? Pues depende de la distancia con que miremos la cosa. De Felipe V, si nos vamos a los orígenes. En la Historia reciente, de la llamada transición política, que no sustituyó la férrea organización centralista del franquismo por otra autonómica, sino que sumó ambas, creando un híbrido que no sólo es aberrante, sino también carísimo. Y en lo inmediato, de González y los suyos, que han estado atizando durante años los resquemores anti-catalanes y sólo han reparado en la necesidad de «incorporar a los nacionalistas moderados a la gobernabilidad del Estado» cuando les han hecho falta los votos de CiU para prolongar su patética agonía política.
Pero hay otra grave culpa: la que recae en Jordi Pujol. Porque si su actuación puede parecer lógica y hasta astuta en términos de política mercantil -pocos habrán sacado nunca tanto partido de tan exiguos escaños-, mirada desde el punto de vista de los intereses profundos de Cataluña es nefasta.
Si Pujol amara realmente a su país, debería entender que lo de menos es que esté obligando a González a ir por donde él cree que hay que ir. Que los beneficios que obtiene por servir de puntal a un PSOE en ruinas los está pagando con algo que ni tiene precio ni debería ser usado jamás como moneda de chalaneo: el prestigio de Cataluña y los fundamentos de su convivencia en paz con el resto de los pueblos de España.
President, recapacite. El pueblo catalán y su futuro no se merecen una hipoteca tan desagradable.
Tan desagradable y tan peligrosa.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de septiembre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de septiembre de 2012.
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