Las militantes de Izquierda Unida de Madrid -no sé si todas, pero bueno, muchas- se han rebelado para mostrar su disconformidad con el hecho de que las candidaturas de la coalición de cara a las elecciones del próximo mayo no incluyen un 35% de mujeres, según lo acordado y fijado en los Estatutos. Con lo cual se ha armado un cimborrio de muchísimo cuidado.
Mi ignorancia de los asuntos internos de Izquierda Unida es enciclopédica. Me han dicho que detrás del motín asoma la sombra de Cristina Almeida -capaz de conspirar más que el cardenal Richelieu sin perder la cara de no haber roto un plato en su vida- y que algunas de las que claman ahora por el 35% aceptaron la mar de contentas y felices cuotas muy inferiores cuando se negoció la composición de las listas, porque les convenía, y que si después han roto la baraja es por razones espurias.
Yo no digo ni que sí ni que no, porque, como ya he confesado antes, no tengo ni idea.
Ni falta que me hace.
Otros me argumentan que esto del 35% es, además, si bien se mira, una auténtica parida. Que no es nada sensato establecer una cuota fija universal para la totalidad de las candidaturas, porque habrá sitios en los que quepa postular para puestos de responsabilidad a muchas mujeres, pero también puede haber agrupaciones de IU en las que, por desgracia, no tengan tantas, y que no se debe olvidar que aquí se está hablando no de un asunto de gobierno interno de la coalición, sino de elegir personas que habrán de ocupar puestos en ayuntamientos y parlamentos autónomos, tal vez incluso ejecutivos, que requieren un nivel de preparación política y de capacitación profesional que no todo el mundo tiene.
No niego que este argumento tenga también su peso. Pero me es igualmente indiferente. Porque no está ahí el problema de fondo.
La cuestión central es que la Asamblea de Izquierda Unida, muy solemnemente, tomó esa decisión: 35% de mujeres en todas las listas. ¿Fue una opción correcta? ¿No lo fue? El caso es que la tomó. Y lo primero que debe distinguir a una formación política honrada -no ya de izquierdas: honrada, sin más- es que, si adopta un acuerdo en asamblea, lo lleva fielmente a la práctica. Y si se demuestra que lo acordado fue un error, convoca otra asamblea para corregirlo, y aprende de la metedura de pata.
Ignoro si IU aspira de veras a ser diferente o si lo finge para darse pisto. Pero, si realmente quiere adoptar un nuevo modo de hacer política, no debe desatender sus compromisos. Si hace promesas, no puede desentenderse de ellas a la hora de la verdad apelando a «las condiciones concretas».
Es cuestión de principios. Pero también de utilidad social. Porque, si de incumplir promesas se trata, no hace falta para nada que exista IU: con el PSOE ya basta y sobra.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de febrero de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2012.
Comentar