Si el destino no lo remedia, Manuel Fraga será candidato a seguir como presidente de la Xunta de Galicia, y todo el mundo se pregunta si es sensato que un hombre que tendrá 82 años en el momento de las elecciones rija los destinos de una comunidad autónoma de la importancia y la complejidad de la gallega.
Él afirma que se encuentra en plena forma, pero lo dice con una voz tan tenue y vacilante que invita a pensar justo lo contrario. Cuando se lo oí, me vino a la memoria un discurso televisado del Franco postrero, en el que balbució con un hilillo de voz casi inaudible: «Hay algunos que especulan con mi edad, pero yo me siento más joven que nunca para empuñar con mano firme el timón de la nave del Estado».
Escribió Oscar Wilde, siempre agudo, que las afirmaciones de ese tipo («Me siento mejor que nunca», «Estoy hecho un chaval», etc.) son un síntoma inequívoco de decrepitud. Fraga no tiene el menor aspecto de escapar a esa regla.
Pero que estemos en 2004 discutiendo sobre la conveniencia de que este hombre siga en la política activa, y que la polémica se centre en su edad, me parece una de las pruebas más evidentes de la deficiente construcción de la democracia española. Fraga fue un protagonista muy destacado de la dictadura de Franco, y tuvo un papel de primera línea en la represión del movimiento democrático, incluyendo hechos que provocaron la pérdida de vidas humanas, algunos -como los sucedidos en Montejurra en mayo de 1976- por la vía directa del asesinato. En un proceso de instauración de la democracia digno de ese nombre, cualquier político con un historial como el de este preboste de la dictadura habría sido llevado ante la Justicia para determinar sus responsabilidades concretas, incluidas las penales, y, en todo caso, habría sido privado de su derecho al sufragio pasivo. Aquí no sólo se le ahorró el paso por el banquillo, sino que se le permitió continuar como personaje de gran relevancia y hasta fue nombrado «jefe de la Oposición» -un cargo oficial que carece de sentido en un régimen parlamentario pluripartidista- por el primer Gobierno del PSOE.
Uno de los muchos efectos penosos de aquel pasteleo lo seguimos padeciendo, y no sólo en Galicia: nuestros enseñantes no saben cómo contar a los chavales qué fue la España de Franco. No pueden proporcionarles los criterios adecuados para valorarla. ¿Cómo explicarles que continuemos dando a algunos de aquellos liberticidas el título de excelentísimos señores? Nuestra juventud tiene amputada la memoria.
En Chile también discuten sobre la edad de los protagonistas de su dictadura, contemporánea del último tramo de la franquista. Pero allí lo hacen para decidir si sus ancianos están en condiciones de ser juzgados por lo que hicieron entonces. Aquí polemizamos sobre si tendrán las fuerzas necesarias para seguir gobernándonos ahora.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (31 de agosto de 2004) y El Mundo (1 de septiembre de 2004). Hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.
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