Cuando calificamos -lo que sea: una persona, un objeto, un suceso-, nos esforzamos por señalar lo que mejor lo define; sus rasgos más importantes.
Así, y a modo de ejemplo: yo jamás diría que Juliette Binoche es «un ente básicamente compuesto de agua del que salen pelos». No es que tal cosa sea incierta, pero la joven actriz en cuestión posee otros rasgos que, a mi juicio, deben mencionarse prioritariamente. Que son más distintivos, por así decirlo.
Suponiéndole al ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, esa misma querencia mía a la hora de las definiciones, no puedo por menos que sentirme desazonado cuando compruebo que, cada vez que alude al 16 de septiembre de 1998, no se refiere a la fecha como el día en que comenzó la tregua de ETA, sino como «el día en que se inició la ruptura». Apunta al corte que se produjo entonces entre el PNV, de un lado, y el PP y el PSOE, del otro, y al inicio de lo de Estella.
O sea que, colocados ambos sucesos en su particular balanza, el ministro del Interior concede más peso a la formación de ese frente político que al hecho de que ETA decidiera dejar de matar.
Toma ya.
Ya sé que el acuerdo de Estella pone en solfa algunos aspectos de la Constitución Española y del Estatuto de Autonomía. Puedo entender igualmente que el señor ministro sienta hacia esos dos documentos un amor terrible, pasional, rayano en la ceguera. Pero se suponía que habíamos convenido en establecer una clara jerarquía: lo esencial era desterrar los métodos violentos. Esa era la meta prioritaria, ¿no? ¿Por qué la minusvalora entonces el señor ministro? ¿Por qué da más valor a la expresión de una diferencia política que al cese de la violencia?
Mucho me temo que el ministro del Interior es víctima simultánea de dos querencias: una muy política y otra muy humana.
La primera le empuja a situar la demoscopia en el espacio en que debería tener el corazón. Los expertos le dicen que cerrándose en esa banda puede robar votos al PSOE, de un lado, y al PNV, del otro, y a por ello va, así se le hunda el chiringuito en el ínterin.
El ministro es también deudor de la puñetera tendencia humana a acostumbrarse rápidamente a lo bueno, olvidándose de lo malísimo que era lo malo cuando era lo malo lo que predominaba.
Hace apenas un año, hubiera dado cualquier cosa por conseguir una tregua indefinida de ETA. Ahora se permite hacer juegos de palabras a cuenta de la tregua, y hasta la desdeña. Él y tantos como él. Qué miedo dan.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de febrero de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de marzo de 2013.
Comentar