Amplio reportaje en El Mundo que revela la preocupación de las autoridades españolas porque el número de inmigrantes procedentes del Este europeo supera ya ampliamente a los llegados de allende el Estrecho. Y porque no hay manera de controlar su llegada: desde la firma del Tratado de Schengen sobre libre circulación de los ciudadano dentro del ámbito de la UE, nadie patrulla por los puestos fronterizos que salpican la cordillera pirenaica.
El Mundo da a entender que se trata de inmigrantes ilegales, que penetraron subrepticiamente en el territorio comunitario a través de Alemania, Austria, Francia e Italia. No tiene razón. Ésos son los menos. La mayoría entró por la puerta grande.
Desde hace ya su buena década, Alemania viene desarrollando una intensa labor destinada a convertir el conjunto del Este europeo en una especie de protectorado suyo. Nada de lo ocurrido desde entonces en el conjunto de los países comprendidos entre la UE y Rusia -incluidas las sucesivas guerras balcánicas- tiene sentido si se desconsidera el factor alemán.
El deseo de Bonn -de Berlín ahora- de asentar las bases económicas de esa penetración le llevó a abrir sus puertas de par en par a la emigración del Este. Alemania acogió a decenas, a cientos de miles de polacos, rumanos, búlgaros, húngaros, ex yugoslavos... Le sirvieron para establecer cabezas de puente en los países de procedencia.
Ahora ese trabajo ya ha concluido. Alemania ya es el Gran Patrón de la Europa del Este, a la que pugna por introducir en la UE a modo de guardia pretoriana. Pero su mercado de trabajo no puede absorber toda la mano de obra que ha ido atrayendo a lo largo de estos años, más por razones políticas que económicas. De modo que la empuja hacia el Sur.
España, que es uno de los Estados europeos con un índice de inmigración más bajo, se ha convertido en uno de sus objetivos predilectos.
Vengo hablando de ese fenómeno desde hace años, anunciando que acabaría por convertirse en un problema de dificilísimo control. No lo hacía ni por videncia ni por clarividencia, sino por simple observación desprejuiciada de los datos objetivos: estaba ocurriendo, no había modo de ponerle freno, ergo iría a más. Impepinable.
Las autoridades españolas vienen alarmándose ante el creciente flujo migratorio del Estrecho. Me temo que son víctimas de un reflejo racista. Les asusta ver tanto moreno. No cuentan con que España es, para muchos marroquíes y subsaharianos, un punto de mero tránsito. Su objetivo está al otro lado del Pirineo. En tanto que los que vienen del Este -muchos de ellos, eso sí, te tez blanquísima- vienen para quedarse. Fuera de todo control, pero con papeles. Algunos, incluso, sin la menor intención de trabajar: por cada marroquí o subsahariano que encontréis dedicado a la mendicidad, yo os mostraré diez búlgaros, y veinte rumanos. La razón es sencillísima: de África nos llega la gente más emprendedora, más culta y más echada para delante; de algunos países del Este europeo, la más marginal, más apática y más inculta.
Pero la culpa no es suya. Son meros juguetes rotos de la estrategia expansiva alemana. Y España, su ocasional trastero.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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