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2004/05/24 06:00:00 GMT+2

La patada de Froilán

Aposté en Bilbao a que no vería por televisión ni una sola imagen de la boda, y a que lo lograría sin necesidad de encerrarme en casa bajo siete llaves, y gané la apuesta. Hice vida normal, salí a comer fuera, pasé la tarde con un grupo de amigos y no vi ni una sola imagen de la boda por televisión, aunque debo admitir que lo conseguí gracias a que en un par de ocasiones desvié la vista. Ya sé que era una apuesta un tanto chorra, pero casi todas lo son.

Visto lo que se ha contado sobre el acontecimiento (*), lo único importante que parece que me perdí, además del esperpéntico discurso del padre de la novia -que no sé si retransmitió la televisión-, fue la patada que Froilán, el hijo de la infanta Elena, le soltó a otra criatura que había servido de paje y al que las crónicas identifican como Juan Urdangarín (aunque por la imagen proporcionada por El Mundo a mí más bien me parece una niña). Don Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, que es como oficialmente se denomina el crío, abandonó el lugar que tenía reservado, se fue a por el otro (o la otra), le largó una patada y volvió a su sitio con una sonrisa de malévola satisfacción.

«Una travesura», dice la prensa complaciente. No. Fue el gesto típico de un niño malcriado, acostumbrado a hacer su real voluntad y a que se le tolere todo.

Me contaron que cuando nació este chaval hubo una revista que publicó que su padre había bromeado diciendo: «Desgraciadamente, se parece a su madre». Como no le he visto la cara de cerca, ignoro si conservará el parecido físico -espero que no, por su bien-, pero está claro que ha heredado el carácter de su progenitora, despótico y caprichoso. Un embajador de España, que estuvo al frente de una lujosa legación diplomática muy visitada por la familia real, me confesó que la infanta en cuestión era por entonces -hace algo así como veinte años- uno de los personajes más insoportables que había conocido en su vida.

No resulta extraño que los nacidos en la realeza -y en las oligarquías acaudaladas, en general- desarrollen un carácter arbitrario e iracundo. Pero un rasgo característico de las familias reales ha sido siempre el sometimiento de sus vástagos a un proceso de férrea educación, acostumbrándolos a manifestar sus extravagancias sólo en privado y a autocontrolarse en público para ofrecer una imagen de perfecta serenidad.

Por lo visto el sábado, esa tradición, imprescindible para mantener la necesaria distancia entre la realeza y la plebe, se está perdiendo.

Mi tesis es que, si los niños de la familia real empiezan a comportarse a la vista del populacho como críos consentidos y malcriados, igualitos a los de cualquier yupi gilipollas, las bases sobre las que se asienta la monarquía española, ya de por sí problemáticas, pueden verse seriamente afectadas. Entre otras cosas, porque el comportamiento de esos críos suele excitar mucho las ganas de darles un bofetón... a sus mayores.

 

(*) Todo el mundo ha hablado y escrito sobre «el evento». Dice el Libro de Estilo de El País: «Evento.- Es algo que puede ocurrir o no. Por tanto, no sirve como sinónimo de acontecimiento o suceso importante». Y el de El Mundo: «Evento.- No es sinónimo de "hecho", "suceso" o "acontecimiento" (si se emplea así, es anglicismo), sino de eventualidad, de algo que puede ocurrir o no».

Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de mayo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/05/24 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: froilán apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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