«La página de los GAL está superada por la mayoría de la sociedad», dice Mariano Rajoy. El vicepresidente monta un caos de imágenes -las páginas no se superan: se pasan-, tal vez para no desentonar con el trato que dispensa a la lógica.
«Han pasado 18 años», argumenta.
Deberemos entender entonces que, según él, el episodio de los GAL ha quedado superado a resultas del puro y simple aburrimiento, ya que no por aplicación de la Justicia ni porque la realidad política haya emprendido derroteros definitivamente diferentes.
No se ha hecho justicia a Segundo Marey. Huelga subrayarlo. Tal como la propia víctima dice a todo aquel que quiera escucharlo, ha quedado claro que, en la España actual -la del PSOE o la del PP: tanto monta, monta tanto-, «el secuestro sale barato». Poco menos que gratis, habría que añadir. Aunque para abaratarlo haya que seguir los más intrincados vericuetos de la ley con el fin de beneficiar a quienes, amén de haber merecido ya una sentencia firme por secuestro, figuran como partícipes en la comisión de toda una larga serie de crímenes, incluida una treintena de asesinatos. A quienes, por lo demás, no han dado prueba del más mínimo arrepentimiento, y aún se proclaman «maltratados» e «indefensos».
Tampoco puede decirse que ese lúgubre capítulo de nuestra reciente Historia se haya disipado por la vía de la superación política. Para que sucediera tal cosa, el partido político que concedió soporte a aquellos hechos debería haber ajustado cuentas con su propio pasado o, al menos, con aquellos de sus miembros que emprendieron la vía del crimen. Pero, lejos de ello, cuando los actuales dirigentes del PSOE anunciaron hace días que en esta ocasión no acompañarían a Barrionuevo y a Vera hasta las puertas de la cárcel, aclararon que obraban así porque creían que era lo más conveniente para ayudar a «estos compañeros». Es decir: que presentaron su decisión como una muestra de solidaridad con los dos individuos en cuestión, a los que, por lo demás, siguen considerando «compañeros», aunque los reconozcan culpables (véanse las declaraciones de Rodríguez Ibarra en las que arguye, tratando de defenderlos, que Barrionuevo y Vera son «sólo una parte de la guerra sucia contra ETA»).
Como dirían Raphael y Joaquín Leguina, «es un escándalo».
Todo.
Es un perfecto sarcasmo que partidos que mantienen una posición de tan obvia indiferencia ante el crimen y de tan descarada complicidad con los criminales se permitan dar lecciones a los demás firmando acuerdos sobre cómo perfeccionar la Justicia o sobre lo que debe hacerse para mejor defender las libertades y combatir el terrorismo.
Tres cosas han quedado meridianamente claras con todo esto. Primera, que el PSOE sigue cargando sobre sus espaldas la losa de los GAL. Segunda, que el PP criticó aquellos crímenes únicamente en la medida en que tal cosa contribuía a sus fines electorales. Y tercera, que, para ambos, el terrorismo de Estado es menos terrorismo, o directamente no lo es, porque es de Estado.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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