Ya he perdido la cuenta de los muchos columnistas, fijos o de ocasión, que han escrito contra lo que llaman «la nueva Inquisición».
Sus diatribas son clónicas. Empiezan tomando nota, en plan quejica, de que «algunos diarios» y «ciertas tertulias» «vomitan» cada mañana su «ración de denuncias» contra la corrupción; añaden que tal mala cosa está «emponzoñando nuestra vida ciudadana»; auguran que «dentro de nada, nadie estará a salvo de la quema» y, por último, diagnostican que «esto es la vuelta de la Inquisición».
En tanto que aludido por tan acerba acusación -al fin y al cabo, coordino a diario estas dos páginas que ustedes contemplan, lo que me confiere una doble maldad: la mía intrínseca y la añadida por el hecho de proporcionar habitual carnaza a «ciertas tertulias»-, creo necesario defenderme de ella.
He de decir, en primer lugar, que el oficio de quienes denunciamos la corrupción no es el Santo Oficio. La Santa Inquisición, señores míos, fue aliada del Poder. Nunca estuvo en la oposición.
Añadiré, en segundo término, que la especialidad del Santo Oficio fue condenar a las pobres gentes sin más pruebas inculpatorias que las confesiones que el tribunal les arrancaba con torturas. Por aquí, en cambio, nunca traemos a pobres gentes, sino a gentes que se han forrado, y sólo las traemos cuando hemos reunido pruebas concretas de que se han forrado aprovechándose -ay- de las pobres gentes.
En tercer término, no acierto a descifrar el enigma que encierra su queja. Si nuestras machaconas denuncias de la corrupción política están creando «un clima social irrespirable», ¿qué habríamos de hacer para volverlo «respirable»? ¿Están dando a entender ustedes veladamente que sería mejor que no denunciáramos la corrupción?
Otra duda me corroe: ¿tendrá algo que ver su singular cruzada contra «la nueva Inquisición» con el hecho de que la gran mayoría de ustedes hayan vivido en el -y del- entramado del poder felipista durante años y años? Y es que uno mira sus firmas y se encuentra con un curioso panorama: el que no era habitual en las cenas de los Rubio frecuentaba las comidas de los Boyer o almorzaba en la bodeguiya; al que no le regalaban el premio A le concedían la subvención B o lo ponían a dirigir el chiringuito C, a cambio de lo cual no dejaba de firmar el consabido manifiesto a favor de la OTAN, la Guerra del Golfo o la candidatura de Felipe González; novela que escribía el otro, diez entrevistas promocionales en RTVE que le facilitaban...
No critico que sean agradecidos con aquellos a los que tanto deben, ni que defiendan sus lentejas. Lo que me toca las narices es que se disfracen de Galileos. El papel no les va. Galileo estaba con la verdad. Era la Inquisición la que protegía a los gobernantes corruptos.
Javier Ortiz. El Mundo (29 de junio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de julio de 2012.
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