La titular del Juzgado número 1 de lo Penal de Huelva ha absuelto a un hombre que estaba acusado de agredir a su expareja. En su sentencia, la juez priva de credibilidad al testimonio de la presunta agredida apelando a que viste «de manera indecorosa, propia de un chiringuito». Según se desprende de su argumentación, una mujer ataviada con «una mera camiseta de tirantes ajustada al cuerpo, con un muy generoso escote» y que «sólo cubría 10 centímetros de muslo», no merece crédito.
Estamos ante una reedición sui generis de la célebre «sentencia de la minifalda», en la que un juez -en aquel caso hombre- excusó una agresión sexual amparándose también en el modo «indecoroso» en que vestía la agredida.
Vale la pena subrayar hasta qué punto algunas personas encargadas de administrar justicia confunden sus prejuicios particulares con las normas legales y las figuras delictivas fijadas en los códigos pertinentes. En el caso de la juez onubense, es obvio que incluso ella misma fue consciente del carácter torticero de sus criterios. En efecto: de haber podido argumentar objetivamente la falta de decoro de la testigo, la habría conminado a cambiar su porte antes de iniciar la vista oral. Pero no dijo nada, permitió que se realizara el juicio y se guardó sus castos prejuicios para la sentencia.
La actitud de esta juez, de todos modos, es mucho menos insólita de lo que puede parecer a primera vista. Porque son muchos los servidores del Estado que actúan en función del aspecto de los ciudadanos.
Siempre recordaré una noche, hace años, que entré a comprar tabaco -entonces aún fumaba- en un bareto del barrio de Malasaña, en Madrid. Según me dirigía a la barra a pedir la cajetilla correspondiente, irrumpieron de súbito varios policías nacionales que, a grandes voces, conminaron a los presentes a colocarse contra la pared. Yo recogí el tabaco, lo pagué y me fui hacia la puerta. Al pasar junto a los policías, les dije: «Buenas noches». Y me contestaron: «Buenas noches, señor».
Me juzgaron por la pinta.
Han sido muchas más, por desgracia, las ocasiones en las que he podido comprobar cómo la Policía juzga también por la pinta, pero a la inversa. Cómo reclama de malos modos la identificación de personas que no han hecho nada de particular pero que, en su criterio, tienen «mala pinta»: chavales vestidos, peinados o rapados a su aire, mujeres de aspecto «indecoroso», inmigrantes no muy trajeados... Gente que va por la calle a sus cosas sin meterse con nadie y que, por no tener los rasgos físicos o no vestir como los agentes del orden consideran normal, se ven metidos en un lío que, en el mejor de los casos, les hace perder un buen tiempo.
Bueno, pues era de eso de lo que les quería hablar hoy: de cómo no son sólo algunos jueces los que juzgan por la pinta. Y del peligro que entraña hoy en día salirse de la norma.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (16 de noviembre de 2004) y El Mundo (17 de noviembre de 2004). El apunte se titulaba La mala pinta. Hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 12 de julio de 2017.
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