Rajoy puede estar tranquilo: una simple ojeada a la composición del «comité de apoyo» que ha designado Rodríguez Zapatero para que le «ilumine» -eso ha dicho- durante la próxima campaña electoral le habrá bastado para comprobar que la dirección central del PSOE mantiene inquebrantable su adhesión a las esencias nacionales.
Trácese una raya horizontal sobre el mapa de España tomando los cursos del Ebro y del Duero como punto de referencia. Mírese luego el origen de las personas que integran el tal comité iluminador. Se comprobará que Zapatero quiere que le den luz exclusivamente desde el centro y el sur. El norte sólo verá su sombra.
No merecería especial mención la ausencia de asesores procedentes de las comunidades situadas por encima de esos dos grandes ríos si hubiera entre los elegidos gente que, con independencia de su origen geográfico, fuera conocida por su sensibilidad hacia los muchos problemas históricos causados por el uniformismo nacional de las sucesivas castas dirigentes del Estado español. Si reparo en el dato es sólo tras comprobar que el secretario general del PSOE ha decidido rodearse de políticos caracterizados precisamente no ya por su nula sensibilidad hacia esos problemas, sino por su defensa cerrada de que ni siquiera existen. Con Bono, Rodríguez Ibarra y Peces Barba como cerebros de la asesoría, el papel de las llamadas «nacionalidades históricas» en la campaña electoral socialista va camino de ser de celofán.
En coherencia con ese disparate, a la hora de designar su «comité de apoyo» Zapatero ha tenido en cuenta otro criterio fundamental: poner en lugar destacado a caracterizados representantes del equipo que acompañó a Felipe González durante su trecenato en La Moncloa. «Es un capital humano valiosísimo», dice. Ante lo cual me pregunto qué clase de luces necesita Zapatero. O más bien qué clase de luces no necesita. Porque, en lugar de hacer lo imposible para que el PP se vea obligado a olvidar de una vez la cantinela de pues-mira-que-lo-que-hicisteis-vosotros, sigue poniendo en primer plano a quienes lo hicieron. Es como si quisiera asegurarse de que, cada vez que ellos denuncien un caso de corrupción del PP, los de Aznar puedan responderles con el consabido «quién fue a hablar». ¿Qué clase de imagen renovadora puede dar alguien que se rodea de fantasmas de un pasado del que quizá él esté muy orgulloso, pero que buena parte de la población identifica con una política económica y una política exterior antecesoras de las actuales, con negocios privados hechos con dinero público, con prácticas policiales planeadas a imagen y semejanza de las terroristas, con unos medios de comunicación públicos puestos al servicio del Gobierno... y con todo lo demás?
El director de campaña del PP, Gabriel Elorriaga, declaró ayer que no vale la pena debatir las propuestas programáticas del PSOE, porque todo el mundo sabe que los socialistas no va a conseguir los votos suficientes para gobernar en solitario; que a lo único que pueden aspirar, y como mucho, es a gobernar formando una gran coalición con el resto de los partidos, cosa que, de producirse, les obligaría a trazar un programa conjunto, diferente del que van a llevar a las elecciones.
Él lo planteó como crítica, pero yo lo veo más bien como ventaja. Si el PSOE se viera obligado a llegar a acuerdos con IU y los partidos nacionalistas, la luz iluminadora de Bono, Rodríguez Ibarra y compañía tendría que bajar de watios a toda velocidad. O apagarse.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (9 de enero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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