Entrevista de Pedro Piqueras a José Luis Rodríguez Zapatero. No tuve ocasión de verla, pero me cuenta un amigo que, en un momento dado –que es cuando ocurre todo en esta vida–, el periodista pidió al presidente del Gobierno que transmitiese un mensaje a los españoles ante el largo proceso que se espera antes del definitivo cese de la lucha armada de ETA, y que el ilustre entrevistado respondió: «Hay que tener confianza. Esta democracia ha ganado todos los retos desde que nos han dejado ser libres».
No comentaré lo de los «retos» porque me consta que es farfulla: una de esas muletillas campanudas a las que recurren los políticos para aparentar que afirman algo muy solemne cuando no tienen nada particular que decir.
Lo que me fascina es la frase siguiente: «...desde que nos han dejado ser libres».
Resulta difícil sintetizar de manera más certera el peor de los vicios de origen que arrastra el actual régimen político español.
Vengo diciendo –y teorizando– desde hace 30 años que, en contra de lo que pretenden los tópicos más al uso, la transformación del Estado franquista en Estado homologadamente democrático no se produjo, en lo fundamental, ni porque el pueblo español se sublevara contra la dictadura –sólo una minoría osó levantarse contra ella– ni, todavía menos, porque el monarca designado conforme a las previsiones sucesorias venerara la práctica de las elecciones libres, a la que su propio cargo distaba de inclinarle de manera irresistible. Se verificó porque aquella España, sencillamente, no era asimilable en la Europa comunitaria que ya había emprendido su andadura con el aval de los EEUU. España hacía falta en ese tinglado. Hacía falta en todos los planos: en el de la economía, en el de la política, en el militar... Pero la tosca España de Franco, brutal y chirriante, no reunía los requisitos mínimos para ser admitida en un club tan selecto. De modo que se preparó a conciencia el cambio, se puso en marcha con muchísimo cuidado y bajo estricto control internacional –Washington, Bonn, Estocolmo, París, Roma, Londres–, y se llevó a cabo, poniendo buen cuidado en que no se desmadrara.
El resultado fue que nuestra conciudadanía, salvo la de un par de áreas geográficas –que no especificaré para no suscitar agravios comparativos–, nunca tuvo conciencia de que la libertad fuera algo que había conquistado con su propio esfuerzo y sacrificio. Porque no era así. La aceptó agradecida como un don, como una amable concesión del Poder que («Dios me lo dio, Dios me lo quitó») podía ser ampliada, reducida o incluso suprimida de nuevo en función de los intereses y las conveniencias del amable benefactor que había tenido a bien otorgarla.
«Nos han dejado ser libres»: la expresión es perfecta. Le felicito por ella a Rodríguez Zapatero.
Es patética y es cruel, pero es perfecta.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de abril de 2006).
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