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1996/04/24 07:00:00 GMT+2

La izquierda reformista

En los inicios, cuando era el Verbo -o sea, cuando yo era todavía joven-, se solía distinguir entre dos géneros de izquierda: de un lado la reformista; del otro, la revolucionaria o radical. La reformista, identificada con los partidos de signo social-demócrata, era la que, por más que hablara en su programa de la necesidad de superar el capitalismo y abrir paso a una sociedad sin clases, en la práctica no aspiraba sino a servirse del Gobierno para poner en marcha reformas que corrigieran los peores excesos del sistema en los planos social y económico -mejorando las condiciones laborales y de vida de las clases trabajadoras-, y también en el plano político, ampliando las libertades y derechos ciudadanos. A lo que la izquierda revolucionaria se oponía tajantemente, alegando que los socialistas no debían perder sus energías políticas blanqueando la fachada del capitalismo: que debían ayudar a hundirlo, sin más.

Ha pasado el tiempo. Ahora la izquierda revolucionaria no existe en tanto que fuerza política. Lo que en estos tiempos se tiende a tomar por tal -caso de Izquierda Unida en España o de Refundación Comunista (RC) en Italia- son de hecho agrupaciones reformistas al viejo estilo, cuyos programas se limitan a la proposición de medidas sociales y políticas enérgicas. No hay más que ver lo que reclama el supuestamente radical Fausto Bertinotti, líder de RC, en Italia: lucha contra el paro, defensa del poder adquisitivo de los trabajadores y pensionistas, escala móvil de salarios... Se trata de una plataforma del género de las que enarbolaban hace veinte o treinta años los partidos integrados en la Internacional Socialista. O sea, los partidos reformistas.

Los comunistas que quedan en la Europa Occidental de ahora defienden un ideario muy cercano del que hacían suyo los social-demócratas de hace medio siglo, y son -nadie albergue la menor duda al respecto- infinitamente más moderados que los fundadores de la II Internacional.

¿Por qué, si es así -y es así-, se les tiene por terribles radicales, casi incendiarios? Porque los viejos partidos social-demócratas -y los que se han subido con el tiempo a su carro, como el PDS italiano- continúan presentándose como si fueran socialistas reformistas.

Y no lo son.

Entre tener una actitud suave ante la lucha de clases y negar su existencia hay todo un abismo. Estos seudosocialistas que cantan loas a la Unión Monetaria, dan prioridad a «obtener la confianza de los inversores» y se ganan el aplauso de los responsables del Deutsche Bank no pretenden en absoluto reformar el sistema: se limitan a gestionar sus negocios. No parten del criterio socialista más elemental: que los intereses de los poderosos son, por lo común -casi siempre-, contrarios a los intereses de los débiles.

Lo ocurrido en Italia es en el fondo sintomático: para que la izquierda haya llegado al Poder ha hecho falta que primero dejara de ser realmente de izquierdas.

Javier Ortiz. El Mundo (24 de abril de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de abril de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1996/04/24 07:00:00 GMT+2
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