Hace un par de meses, recibí una carta firmada por una señora que se declaraba indignada porque, según ella, yo había insultado al Papa. En realidad, servidor se había limitado a comentar su desacuerdo con el contenido de la Veritatis Splendor, pero eso era más de lo que la buena señora, por lo visto, podía soportar. De todos modos, lo que más me sorprendió de la carta no es que a su pía autora yo le pareciera un desastre -aspecto en el que es fácil que hubiéramos podido llegar a un acuerdo- sino los argumentos que esgrimía para defender la doctrina papal. Tras manifestarse escéptica sobre la posibilidad de que yo sepa realmente quién fue mi padre, escribía: «Además, estoy viendo su foto, y ¿sabe lo que le digo? Que tiene usted cara de maricón».
Le remití a vuelta de correo una nota que decía: «Muy señora mía: Me alegra enormemente su afición por la mariconología, disciplina cuya existencia me era desconocida. En cualquier caso, ¿sería excesivo pedirle que me explicara la relación existente entre esa nueva ciencia y la Veritatis Splendor? No he logrado captarla. Suyo servidor, etc.».
Culpa de la desidia del servicio de Correos o de la decadencia del género epistolar, el caso es que aún no he recibido su respuesta.
Me acordé el pasado martes de aquella polémica frustrada tras comprobar que el ahora exministro del Interior, José Luis Corcuera -en aquel momento aún ministro-, no sólo es ducho, según ya se sabía, en electrodos y otros componentes eléctricos, sino también en la nueva ciencia mariconológica, que él no ha desarrollado en la rama de caras, como mi gentil papista, sino en la de óleos, por más que ambos demuestren haber pasado por la misma escuela, en la que fueron adiestrados en el muy difícil arte de aplicar sus conocimientos a las materias de debate aparentemente más alejadas y dispares: la una a la Veritatis Splendor, el otro, a la Ley de Seguridad Ciudadana.
Todo el mundo se ha molestado mucho con el señor Corcuera por su alusión a las apetencias sexuales de don Pablo Sebastián y doña Aurora Pavón. Seguramente no se ha comprendido que el burgalés de Portugalete sólo estaba haciendo un ejercicio de mariconología aplicada. Ciencia, vamos. Yo invitaría a todo el mundo a seguir su ejemplo, en especial cuando se relacione con los servidores del Ministerio en cuyo nombre Corcuera hablaba. Por ejemplo: ¿que un motorista de la Guardia Civil de carretera le para y le acusa de haber infringido el Código? Pues limítese a responder: «Andate con ojo, maricón, que pierdes aceite, y eso en carretera es muy peligroso». Éxito seguro.
Le encuentro, sin embargo, un fallo a la mariconología: que es una ciencia muy peligrosa para tiempos de crisis como los actuales. Sólo nos faltaba, ahora que nadie invierte nada, que nos salga quien critique lo poco que hay invertido.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de noviembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de diciembre de 2011.
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