Estoy en Albacete. Ayer por la tarde pronuncié una conferencia sobre La Prensa contra Palestina: la manipulación informativa de los grandes medios de comunicación a favor del Estado sionista y en contra de los árabes del Oriente Próximo. Mucho público y muy animado.
Antes había dado un breve paseo por la ciudad.
Me topé con un acto público en una céntrica plaza. Un centenar de personas, muchas de ellas con velitas encendidas.
Me acerqué. Pronto vi de qué iba la cosa: Amnistía Internacional conmemoraba el aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Me quedé a ver de qué iba la celebración.
A los cinco minutos estaba con las válvulas de mi indignación a pleno rendimiento.
El acto consistía en una sucesión de intervenciones de niños y niñas en un estrado. Se iban pasando el micrófono, focos y cámaras de televisión por delante, e iban leyendo los folios que les habían asignado. El uno hablaba de la opresión de las mujeres en África, la otra condenaba la utilización de la tortura en tal o cual país asiático... No había más que escuchar sus recitados monocordes para darse cuenta de que las pobres criaturas apenas entendían el sentido de los textos, pasablemente pedantones. Y no había más que verles la cara para comprender que su mente no estaba ni en África, ni en Asia, ni en América Latina, sino allí mismo, arrobada por las luces, las cámaras y el público.
Me parece intolerable esa utilización de la chiquillería. Me indigna que sobornen a los críos y las crías con un pedazo de notoriedad para incitarlos a decir cosas con las que es imposible que sepan si están o no de acuerdo, porque no se encuentran en condiciones de entenderlas.
A los niños y las niñas hay que enseñarles a pensar, a razonar, a preguntarse el porqué de las cosas y a buscar las respuestas, no ponerles en un papel el resultado de un razonamiento ajeno y engatusarlos para que lo reciten como papagayos delante de una cámara.
Me acerqué al grupo de las criaturas para ver de qué hablaban entre sí. «A mí me queda menos vela y menos fuego», decía la una. «¡A ver quién tiene la llama más grande!», proponía el otro.
Cuento con muy buenos amigos y amigas en Amnistía Internacional. Voy a pedirles que adviertan a sus organizaciones locales contra estas prácticas basadas en la utilización de la infancia. Porque son bochornosas, por muy nobles que sean los fines. Y que sea precisamente Amnistía Internacional quien recurra a ellas...
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (11 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de enero de 2018.
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