Bomba de ETA en la medianoche de ayer en Madrid, justo al inicio de la jornada de reflexión.
Reflexionemos, pues.
¿Trató ETA de matar?
El análisis de las circunstancias del atentado conduce inevitablemente a una conclusión: le daba lo mismo. Tal como los miembros del comando aparcaron el coche-bomba, a esa hora y en ese lugar, el estallido podía causar víctimas mortales o no causarlas, según de que lado se inclinara el azar. Lo mismo hay que decir de su aviso a los bomberos: con el escaso plazo que les dieron, tanto cabía que llegaran a tiempo como que no.
De todas las respuestas posibles a la pregunta inicial, ésta es la que produce una más honda repugnancia.
Que alguien tome la decisión de matar por razones político-ideológicas es, sin duda, realmente estremecedor. Pero todavía peor es que le dé lo mismo matar que no matar.
El primero puede sentir cierto aprecio por la vida humana, aunque lo subordine al «fin superior» de su ideario. El segundo, en cambio, demuestra que la vida de los demás -de todos los demás, en general- le importa tanto como nada.
No es que conceda más importancia a otros factores. Es que a ése no le concede el menor valor.
El primero es un fanático homicida. El segundo, ni eso.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (12 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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