Cabe preguntarse si las cosas hubieran podido ser de otro modo, es decir, si la ruptura hubiera sido posible de haber actuado de otro modo el bloque de la «oposición moderada». Se trata, en cierto sentido, de una cuestión de gran importancia, y, en otro sentido, de un asunto carente casi por completo de interés. Me explico.
Es imprescindible reivindicar el interés del asunto frente a quienes sostienen que lo único que cuenta es el resultado último de lo sucedido. Según ellos, si al final se ha alcanzado la instauración de la democracia, eso demuestra que se siguió un buen camino. Un camino que, si tal vez fue más lento que el que se dibujaba en el programa rupturista de Coordinación Democrática, presentó la ventaja de permitirnos recorrerlo sin apenas traumas.
No estoy de acuerdo. Según mi criterio, el punto al que nos ha llevado el triunfo de la reforma política no es el mismo al que se pretendía llegar con la ruptura. No es el mismo ni política ni socialmente. Y no lo es, desde luego, ideológicamente.
En primer lugar, conviene recordar que, desde el punto de vista del aparato del Estado, lo que produjo el triunfo de la reforma fue, como su mismo nombre sugiere, una re-forma, esto es, un cambio de formas. No de contenidos. Seguían los mismos, sólo que actuando de modo parcialmente diferente. Lo cual ha tenido importantes consecuencias.
Así, por ejemplo, pervivió lo esencial del Ejército educado en las tradiciones de la guerra civil. Durante muchos años tal cosa hizo que planeara constantemente sobre la situación política el fantasma del golpe de Estado. Puede alegarse que eso es ya agua pasada. Pero no hay tal. Si hoy la cúpula del Ejército ya no suscita particulares inquietudes golpistas es, en no poca medida, porque los sucesivos Ejecutivos le han hecho concesión tras concesión. A cambio de lo cual, contamos con unas Fuerzas Armadas cuyo desprestigio social es tan alto que los jóvenes se niegan en masa a integrarse en sus filas, creando una situación del todo surrealista, que causa estupor en todos los países vecinos. Es imposible explicar la insumisión y la objeción de conciencia masivas en España sin tener en cuenta el triunfo de la reforma sobre la ruptura y la pervivencia de un Ejército de más que problemático encaje con los usos y costumbres democráticos.
Otro ejemplo nos lo proporcionan las Fuerzas de Seguridad. Los responsables de la reforma fiaron la seguridad de la democracia a muchos personajes que en el pasado habían estado dedicados a reprimir las libertades individuales y colectivas. Quien se ha formado en el desprecio de las libertades y las ha violentado recurriendo a la brutalidad, cuando no a la tortura sistemática, malamente puede ser un buen guardián de la democracia. Que España siga figurando año tras año en los informes de Amnistía Internacional, o que los GAL se nutrieran de destacados policías, no pueden considerarse fenómenos casuales. Elementos que han ocupado puestos clave en la Policía todavía muy recientemente, en los ministerios de Barrionuevo, Corcuera y Asunción, fueron durante el franquismo conocidos torturadores (...).
Quizá haya quien crea que eso es ajeno al modo en que se realizó la transición. Yo estoy convencido de lo contrario. No varía mi consideración el hecho de que algunos de esos funcionarios corruptos no procedan de la Policía franquista, sino de las filas del PSOE. Estos militantes socialistas, tipo Vera, Sancristóbal o Roldán, se limitaron a integrarse en lo preexistente, manteniendo los hábitos que encontraron a su llegada, empezando por la impunidad ante las violaciones de la Ley. Tómese a modo de ejemplo: el Gobierno de González se las ha arreglado -sea retrasando los procedimientos hasta lo indecible, sea aplicando medidas de gracia- para que ningún policía condenado por torturas durante su mandato haya ingresado jamás en la cárcel. Ninguno. Nunca (...).
He avanzado antes que el triunfo de la reforma sobre la ruptura tuvo no sólo importantes consecuencias políticas, como las que he citado a modo de ejemplo, sino también profundas repercusiones ideológicas y culturales (...). Hay, sin embargo, frente a éste, otro modo de considerar la victoria de la reforma sobre la ruptura, al que no veo mayor interés. Me estoy refiriendo a las especulaciones que suelen hacerse a veces, tratando de establecer qué habría podido ocurrir si la «oposición moderada», en lugar de sustentar la reforma política, se hubiera mantenido en posiciones rupturistas (...). Mi criterio es que tales especulaciones son perfectamente ociosas, porque ninguno de los actores que intervinieron en aquel drama se salió del papel que tenía asignado.
La «oposición moderada», con el PSOE como portaestandarte, no traicionó nada. Sólo a sus palabras. El problema no es real: es exclusivo de quien se creyera esas palabras. La dirección del PSOE no trabajó nunca para forzar la ruptura (...). Su objetivo central, y casi único, aquel al que no estaba dispuesta a renunciar bajo ningún concepto, era el de situarse en condiciones de acceder al Poder. En cuanto comprendió que podía alcanzarlo por la vía de la reforma, apostó por ella. Tanto más cuanto que eso le permitía tomar ventaja sobre otros posibles competidores -en particular el PCE- y llevar las aguas hacia un terreno en el que los radicalismos tuvieran escaso o nulo porvenir.
¿Habría podido la dirección del PCE haber cambiado el curso de las cosas, rompiendo con el PSOE y encabezando la causa de la ruptura? Tampoco. Eso habría contradicho toda su trayectoria, encaminada a abrirse un hueco en la nueva «clase política». Que la opción del PCE estuviera abocada a volverse contra el propio PCE no cambia las cosas en nada. José Ramón Recalde, a la sazón dirigente del FLP y hoy alto cargo del PSOE en Euskadi, dijo: «Carrillo se las da de lobo vestido con piel de cordero. El día en que se quite la piel, se descubrirá que debajo sólo hay un cordero despellejado». Fue profético (...).
Tampoco las fuerzas herederas del franquismo hicieron nada, al fin y a la postre, que no resultara inevitable. ¿Que Suárez tuvo la habilidad de sortear obstáculos difíciles? ¿Que toreó a estos personajes recalcitrantes, que engañó a aquéllos otros, que llevó a los de más allá a hacerse un semi-haraquiri? Cierto. Pero, como ha quedado dicho, una España revestida de los signos exteriores del fascismo tenía mal entronque en la Europa que estaba tomando cuerpo en aquellas fechas. El Estado español no podía seguir navegando en solitario en tan agitados mares. De un modo o de otro, necesitaba «homologarse». Lo hizo de aquella manera. Si no, lo habría tenido que hacer de otra, probablemente no muy diferente.
La ruptura sólo fue realidad en las esperanzas de los grupos radicales y de una parte de la población española. Lo que ocurrió, ocurrió porque era lógico que ocurriera. Con aquellos mimbres era casi imposible tejer otro tipo de cesto. Las gentes sin principios promueven pactos sin principios y hechos sin principios.
Lo que parece conducirnos naturalmente a otra pregunta: si era inevitable, ¿qué sentido tenía oponerse a ello? Porque algunos lo hicieron. Lo hicimos. ¿No era un esfuerzo inútil? Justamente: no. Sólo quien concibe la política en términos de cuotas de Poder, como ambición mezquina, puede razonar así, al modo de ésos que hoy repiten sin parar que «los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía».
Las conciencias individuales y las líneas de los partidos políticos no pueden -digamos mejor que no deberían- funcionar como las marcas comerciales. El que fabrica un producto que apenas nadie compra, más vale que piense en fabricar otro. Pero, en la vida política, uno debe defender lo que cree que es justo, con independencia de que éso le lleve al éxito o no. El triunfo de la reforma y el fracaso de la ruptura podían ser inevitables, pero ello no hacía obligatorio ponerse a favor de la corriente. Quizá la defensa de causas imposibles conduzca a la melancolía. Lo que es seguro es que la falta de principios conduce a la amoralidad y a la desvergüenza.
En todo caso, conviene no perder de vista que los actores de esa tragicomedia que fue la transición no representaron la obra que les vino en gana. Fueron agentes de una modernización política que vino determinada por cambios fundamentales en la estructura económica de España, los cuales, a su vez, dieron origen a una estructura social sustancialmente diferente de aquélla que, mal que bien, pudo coexistir con el franquismo.
Javier Ortiz. El Mundo, fragmento del libro Jamaica o muerte (4 de junio de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2012.
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