Empecé a creer que lo de «la articulación de la sociedad civil» podía ser algo real y concreto, retóricas políticas al margen, hace muchísimos años, cuando supe cómo se organizaba y se ponía en funcionamiento la población de una ciudad de la costa oeste de los Estados Unidos tras sufrir un terremoto. Allí todo el mundo -o casi- demostraba que tenía claro no sólo lo que debía hacer para protegerse él y proteger a los suyos, sino también de qué modo podía contribuir a paliar la emergencia, realizando qué funciones, encuadrado en qué grupo, bajo la autoridad de qué convecino (de un convecino que a su vez estaba en contacto con otros con los que se coordinaba y de los que recibía las instrucciones pertinentes)... No esperaban a que aparecieran los policías y los soldados: era la propia ciudadanía autoorganizada la que se encargaba de garantizar el orden, de impedir el pillaje, de socorrer y dar cobijo a quienes lo necesitaban y de evacuar a los heridos tras proporcionarles los primeros auxilios necesarios.
No trato de decir que todo fuera perfecto, ni mucho menos. Se producían situaciones de descoordinación, alguna gente se dejaba dominar por el pánico y, claro está, tampoco faltaban los pescadores de río revuelto. Pero uno tenía la sensación de que la situación de conjunto estaba bajo control.
La antítesis de lo que se ha vivido -de lo que se sigue viviendo- en Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina.
Oigo y leo que algunos comentaristas culpan del desastre sobrevenido a los efectos de las sucesivas políticas neoliberales de los gobiernos estadounidenses: de los pasados y del actual, del central y de los locales. No seré yo quien les niegue la razón. En efecto, es imposible comprender lo que está sucediendo en el sur de los EE.UU. sin tener en cuenta la progresiva minimalización de las funciones asistenciales del Estado, directamente proporcional al incremento de los gastos militares, y la reducción tajante de las inversiones en infraestructuras de interés social. No es culpa de Bush que buena parte de Nueva Orleans esté -estuviera- edificada bajo el nivel del mar, pero sí de la paralización de las obras de construcción de diques protectores y de que se hayan desecado amplias zonas que retenían las aguas para satisfacer las exigencias de los especuladores inmobiliarios.
Pero eso no es todo. Los fanáticos del neoliberalismo son también culpables de otra decadencia que está resultando igual de terrible: la espiritual. Ellos han impulsado el avance arrollador del individualismo, del cada uno a lo suyo y a los demás viento fresco, de la atomización de lo colectivo en particularidades inconexas. De la desarticulación de la sociedad civil, en suma.
Nueva Orleans no es sólo el escenario de un drama. Es también la imagen sin afeites de una terrible degeneración colectiva.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (4 de septiembre de 2005) y El Mundo (5 de septiembre de 2005), salvo la nota inferior, publicada únicamente con el apunte. Hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de julio de 2017.
Post data.- Un amigo me habla de un cantautor brasileño afincado en Francia que ha escrito una canción llamada El dolor en la escala de Richter. Sostiene la amarga tesis de que, hoy en día, para que un terremoto sea importante tiene que conseguir que los televisores se caigan de las repisas. Yo remataría la idea reformando el ripio de Campoamor: «En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira. / Todo es según el color / del canal con que se mira».
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