«Querida: recibe estas flores como recuerdo de que hoy se cumplen exactamente 647 días de la tarde en que nos conocimos. Te quiere, Luis».
La empleada de Interflora lee la tarjeta de visita y mira al caballero con inocultable desconfianza. «¡Vaya un tipo excéntrico!», piensa.
¿Se imaginan que en la primera página de El Mundo apareciera hoy un título en grandes caracteres que dijera: «Suplemento especial: Hace 33 años, cinco meses y 14 días del asesinato de John F. Kennedy»? Dirían ustedes que en este diario estamos como una regadera. (Y, dicho sea de paso, acertarían).
Ya se sabe: los acontecimientos se conmemoran en fechas exactas: un año, diez, 25, 50, 100, 500...
Bueno, pues no veo por qué.
Ahora estamos con la murga del nuevo milenio. Ingentes multitudes a lo largo y ancho del vasto mundo discuten apasionadamente si se debe festejar el 1 de enero del 2000 o el primero de año del 2001. Me resulta curioso que no haya nadie que plantee una discusión previa y mucho más enjundiosa: ¿por qué narices hay que celebrar el cambio de milenio, sea tal día o tal otro?
Cuando suene la campanada que ponga fin al 31 de diciembre de 1999, o al 31 de diciembre del 2000, nuestra existencia sólo habrá experimentado un cambio objetivo: seremos un poquitín más viejos que un minuto antes.
No veo que haya en ello nada de lo que alegrarse.
Aparte de que será un fasto asaz problemático. ¿Cómo lograrán sus celebrantes distinguir entre el ritual festejo de fin de año y el del feneciente milenio? ¿Se comerán 100 uvas? ¿Engullirán tal vez 112: 100 por el siglo y 12 por el año?
Valiente patochada.
Dicen los papeles que España está muy atrasada en los preparativos de la celebración del milenio. Por una vez, nuestro proverbial atraso me parece un adelanto.
Cuentan que en Londres, en París y en Nueva York se disponen a tirar la casa por la ventana. Sus fiestas van a ser de las que hacen época. Se van a gastar lo que no está escrito. Hay gente que va a pagar millones por participar en algún cotillón de gran postín, o cientos de millones por dormir -o más bien por no dormir- en tal o cual habitación de tal o cual hotel de lujo.
Estando el mundo como está, esas celebraciones delirantes sólo pueden tomarse como una mezcla repelente de estupidez colectiva y de pornografía del peor estilo.
¡Todo por un simple cambio de fecha! ¡Por un apunte contable!
Se ve que hay gente cuya vida carece hasta tal punto de sentido que necesita ponerse delante una hoja de calendario para pensar que todavía tiene futuro.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de septiembre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de septiembre de 2010.
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