Alfonso Guerra dijo anteayer que hay que «evitar la tentación de utilizar la idea de España como moneda de trueque político». Como se veía lo que quería decir, todo el mundo tradujo la frase rápidamente: «Este critica a Felipe por sus cambalaches con Pujol». Pero la frase de Guerra merece ser examinada también, y aún más, tal cual -en su literalidad, que dicen ahora los pedantones al paño-, con esa referencia tan directa a «la idea de España».
Guerra habla de «la idea de España» como si sólo hubiera una y todo el mundo supiera cuál es. Pero no es así. Hay muchas ideas de España. Como vasco, lo sé desde mis años de escolar: mientras unos trataban de inculcarme que España era «una unidad de destino en lo universal», otros me decían que España podía ser lo que le diera la gana, pero que Euskadi, desde luego, no formaba parte de eso, en tanto unos terceros me animaban a pensar que España era tan sólo el escenario geopolítico en el que nos tocaba librar la necesaria lucha contra el capitalismo internacional. Ya tenemos ahí tres concepciones distintas de España: la de quienes la sienten como «patria común e indivisible de todos los españoles», la de quienes se borran de esa Patria y se apuntan a otra distinta y la de quienes no se identifican con esa Patria porque las rechazan todas. ¿Alguna de ellas es «la» idea de España, la fetén, la que se ajusta a la verdad de los hechos? No lo creo. Yo, por lo menos, no me acogería a ninguna de las tres. De todos modos, hay más. Antonio Machado veía dos Españas: la de charanga y pandereta, de un lado, y la de la rabia y de la idea, enfrente. Y, aunque esta última yo no la veo por ningún lado -se ve que la hemos perdido por el camino-, hay que admitir que la de Machado -no lo negará Guerra- es otra «idea de España». Y aún caben más. Hay quien, parodiando a Primo de Rivera Jr., sostiene que España no es una «unidad de destino en lo universal», sino una unidad de desatino en la calamidad. Es otra idea estimable.
A mediados del pasado siglo, Nicolai Gavrílovich Chernishevski clamaba contra el pueblo ruso, es decir, contra su propio pueblo: «¡Pueblo de esclavos! ¡Del primero al último, todos sois esclavos!». Si me topara con un nacionalismo español como ése, con un orgullo nacional tan poco exclusivista, con un tal amor por el propio pueblo -frustrado, como todos los grandes amores-, sí que pensaría que alguien ha tenido por fin una «idea de España» que merecería el honor de ser considerada «la» idea de España. Pero estoy seguro de que quien así sintiera no la emprendería contra vascos y catalanes, como Chernishevski no fustigó a lituanos y georgianos: sabía que el enemigo de su Rusia no estaba ni en Kiev ni en Tiflis, sino en Petersburgo.
Una «idea de España» como ésa no correría ningún peligro de servir como moneda de trueque.
No tendría precio.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de marzo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de marzo de 2012.
Comentar