Vi el jueves por la noche La gran mentira del corazón, el programa realizado por El Mundo TV para denunciar la desfachatez de la llamada prensa rosa. Me gustó. Tenía gracia y dejaba con el culo al aire a un buen puñado de farsantes. Probablemente me habría gustado más de haber sabido de quiénes hablaban, porque la verdad es que la inmensa mayoría de los famosos a los que aludían eran para mí perfectos desconocidos. Por no conocer, ni siquiera sabía de la existencia de la cantante mexicana utilizada como señuelo para el reportaje.
Mi inicial sospecha de ser un tío raro se transformó en certidumbre completa cuando, tras quedarme a ver a continuación por primera vez en mi vida Crónicas marcianas, seguí oyendo perorar sobre gente de la que todo el mundo hablaba como si fueran de la familia y cuyo nombre a mí no me decía nada de nada. Alcancé el colmo del estupor cuando apareció en el programa de Sardá un joven llamado Carlos Latre que, según me informaron, se ha hecho muy popular haciendo imitaciones. «¿Y a quién imita?», inquirí. Y me volvieron a soltar una lista de personajes totalmente ignotos para mí.
«¿Viviré en otro país?», me quedé pensando.
La respuesta sólo podía ser una: sí; vivo en otro país. Está claro que alguien que, como en mi caso, no ve los magazines de la televisión, pasa olímpicamente de los programas de cotilleo de la radio, no lee ninguna revista de papel couché, no se asoma jamás a las páginas frívolas de los periódicos y se abstrae inmediatamente en cuanto se inicia una conversación sobre los profesionales de la fama, acaba por convertirse inevitablemente en un alienígena.
No me queda sino asumirlo: soy un aborigen alienígena, por contradictorio que parezca.
De todos modos, y como lo mío es encontrarle peros a todo, también le encontré uno al reportaje: denuncia los métodos inescrupulosos y chapuceros empleados por algunos profesionales de la prensa rosa como si fueran exclusivos de ese género de publicaciones. Los pone de vuelta y media por difundir meros rumores como si fueran noticias comprobadas, por no contrastar las informaciones y por inventarse la mitad de lo que dicen o escriben. Pues bien: el periodismo político y presuntamente serio está también trufado de profesionales que se sirven sin parar de métodos de ese género.
En el gremio todos sabemos de audaces reporteros de guerra que jamás se han asomado por las cercanías de un tiroteo, o que han pagado a algunos contendientes para que le montaran un simulacro de tiroteo para poder filmarlo con ellos como valerosos testigos, o que han escrito crónicas directas sobre conflictos... desde el avión que los conducía al lugar donde se desarrollaban. Uno de ellos suele sentenciar medio en broma –es decir, medio en serio–: «No permitas nunca que la realidad te estropee un buen reportaje».
Muchos cronistas de la política local son por el estilo. Se inventan buena parte de lo que escriben o sueltan por la radio, dan pábulo a rumores sin confirmar... La víctima más propiciatoria de la falta de escrúpulos de la prensa española es, sin duda, Euskadi: sobre ETA se puede fabular libremente, porque no puede desmentirlo, y sobre Batasuna y el PNV también, porque da igual que lo desmientan. Además, como la mayoría del personal del Ebro para abajo está predispuesto a creerse lo que sea sobre Euskadi con tal de que sea malo, pues todos tan felices: barra libre.
Sería muy ilustrativo que alguien hiciera un reportaje como el de La gran mentira del corazón, pero dedicado al periodismo político. Sobre lo mucho que se publica sin fundamento... y sobre lo mucho que no se publica pese a tener pleno fundamento.
Con cámara oculta y todo. Estoy seguro de que resultaría apasionante.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de junio de 2017.
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