A veces son los pequeños detalles los que mejor permiten atisbar las corrientes profundas por las que discurre la realidad.
Me explico.
Llevo ya bastantes años pasando la Nochevieja en Aigües. A veces en solitario, a veces en pareja.
Plantado en el quinto pino, alejado del mundanal ruido, a lo que más anima mi refugio costero es a prepararse una buena cena, dar cuenta de ella junto a la chimenea, comerse las uvas, charlar, ver un rato la televisión... y retirarse a la cama. Es exactamente eso lo que hicimos ayer, salvando el pequeño detalle de que, como tengo la boca hecha unos zorros, comí poco y viendo las estrellas.
Tras tomar las uvas, desearnos toda suerte de parabienes y brindar por el futuro, como mandan los cánones, nos pusimos a buscar, según la tradición, algún espectáculo televisivo que mereciera la pena.
Optamos por prescindir de las televisiones generalistas españolas, conscientes de su propensión irresistible a ofrecer esta noche espectáculos de chabacanería químicamente pura, resultado de un esfuerzo de superación que merecería un capítulo específico en la Historia Universal del Crimen. Nuestra experiencia de años pasados nos conduce a ojear la programación de los segundos o terceros canales de algunas cadenas europeas, y hasta canadienses, cosa que nos es posible con el concurso de las tres estupendas antenas parabólicas con las que cuenta esta casa.
Gracias a ese barrido, el año pasado pudimos disfrutar de un magnífico concierto en Nueva York a cargo de la mayoría de los artistas cubanos integrados en el proyecto Buenavista Social Club, propiciado por Ry Cooder. Otra Nochevieja hicimos un fascinante recorrido por los garitos más auténticos del fado lisboeta. Recuerdo también un memorable concierto de jazz gitano, a cargo de virtuosos herederos de los grandes del Paris Hot Club, Django Reinhardt y Stephan Grapelli incluidos.
Todo lo que encontramos anoche era malo de solemnidad. Shows protagonizados por clones de la gente de OT oriundos de los más diversos países. Películas taquilleras mil veces repuestas. Documentales manidos sobre noches secretas que ya no son secretas para nadie, porque nos las han enseñado hasta la suciedad.
«Probemos con Arte», me dije. Arte, el canal cultural franco-alemán, suele tener una programación muy digna. Ayer había decidido trasmitir un espectáculo de cabaret alemán, inspirado en la estética de los cabarets berlineses de entreguerras (aquéllos que tanto fascinaban a Bertolt Brecht y que le llevaron a escribir y componer, junto con Kurt Weil, cosas tan hermosas como La Ópera de Perra Gorda). El espectáculo era una exquisitez para espíritus terriblemente selectos, situados muy por encima del vulgo. A los diez minutos estábamos echando unos bostezos que harían la envidia del león de la Metro.
Resumiendo: que hicimos repaso a algo así como 250 canales de TV de medio mundo y nos topamos en todas partes con tres cuartos de lo mismo. Salvando esa cosa de Arte para la gente más fisna (y más decadente).
Eso tiene un nombre: uniformización forzosa. Globalización, que le dicen.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2017.
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