Escuché anteayer en Antena 3 a un individuo que hablaba... pues eso, de lo que habla ahora todo quisque, y decía que a él no le gustaría nada que un hijo suyo fuera amigo «del personaje del vídeo», porque él prefiere que sus hijos «sean amigos de gente normal».
Toma lección de reaccionarismo. Para empezar: ¿a qué viene apelar a su descendencia, quitándose él de enmedio? Teniendo en cuenta que el autor de la frase de marras es ya talludito -o, por decirlo francamente, un carcamal- deduzco que sus hijos deben de tener ya edad suficiente para elegir sus amistades sin que papá intervenga.
Pero, sobre todo, ¿qué es eso de la gente normal? ¿Qué hace falta, según él, para ser normal? ¿Qué tipo de práctica se precisa, en su criterio, para no quedar excluido de la catalogación de normal?
La carquería sería de aúpa en todo caso. Pero adquiere matices muy singulares si se considera que el cantor televisivo de las excelencias de la gente normal fue... Santiago Carrillo.
Que un tipo que ha pasado su larguísima vida dándoselas de revolucionario y marxista acabe convertido en adalid de la gente normal ilustra hasta qué punto pueden ser tortuosas -y penosas- las sendas de la degeneración política.
Mi repelús de tipo ideológico, con ser fuerte, se vio en este caso relegado de todos modos a un segundo plano por otro sentimiento todavía más intenso: el estupor. Un estupor inconmensurable. Porque, si Santiago Carrillo se concibe a sí mismo como parte de la gente normal, entonces es que ya no tengo ni idea de qué puede ser la normalidad.
No sé si podrán catalogarse de normales sus actividades juveniles como comisario de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid: de ese Madrid que tan discutiblemente entregó a las tropas del general Franco otro Carrillo, por nombre Wenceslao. Menos normales me parecen, en todo caso, los métodos a que recurrió para liquidar la disidencia interna en el Partido Comunista de España bajo la dictadura franquista.
En la postguerra, hubo comunistas que acudieron a citas que les había puesto la dirección del partido, encabezada por Carrillo, y se encontraron con que quien les esperaba era... la Policía franquista. ¿Es para él normal la gente que vende a sus compañeros? Supongo que sí: los fieles de Stalin, como él, tenían por norma actuar sin el más mínimo escrúpulo, incluso dentro de su propia casa. O sobre todo dentro de su propia casa.
Quizá ese entrenamiento le haya ayudado a sentirse más a gusto en la casa común de los justificadores de los GAL. A fin de cuentas, qué más dan unos cuantos asesinatillos, si los comete gente normal.
Nunca he buscado la compañía de este personaje. Tener claro qué clase de tipo es Santiago Carrillo fue uno de mis aciertos juveniles más rotundos. Sentí una especie de asco instintivo por él.
Y es que alguna gente normal me ha dado siempre mucho miedo.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de noviembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de diciembre de 2010.
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