Estaba trabajando para otro asunto que no hace ahora al caso y reflexionando sobre algunas tradiciones de pensamiento de la izquierda tradicional en las que algunos fuimos educados y que con el tiempo se han revelado no sólo erróneas, sino incluso perniciosas para la comprensión de las realidades que nos circundan.
Una de ellas es el convencimiento de que la Historia de la Humanidad está regida por ciertas leyes que la mueven en sentido positivo, en línea de progreso, y la preparan para el advenimiento inevitable de una forma de organización social justa e igualitaria, por lo común llamada comunismo. Esa creencia en la inevitabilidad del triunfo del Bien, nacida en el fulgor del progresismo ingenuo de la revolución industrial, marcó la educación de muchas generaciones de luchadores sociales durante el segundo tramo del siglo XIX y la mayor parte del XX, confiriéndonos un aplomo y una seguridad en nosotros mismos que con el tiempo ha sido dañina. Lo fue en los momentos de auge de nuestro movimiento, porque nos hacía sentirnos portadores de una Verdad cuya superioridad nos autorizaba a ejercer prácticas abusivas y a no respetar los derechos de los demás. Y lo ha sido en los momentos de los reveses más fuertes, con el hundimiento o la degeneración de los regímenes que se hacían llamar socialistas, porque la quiebra de esa certeza provocó muchos desánimos y muchísimas deserciones.
Pero la idea en la que me he detenido más, por lo que tenía -y sigue teniendo, en la medida en que pervive- de poco respetuosa con la realidad es aquella que parte del convencimiento de que, fuera de las corruptas elites del Poder, el pueblo es ideológicamente sano, y que si «las masas» no se dirigen por el camino correcto es porque están engañadas. Como si lo verdaderamente inherente a las clases trabajadoras fuera lo positivo, y todos los comportamientos negativos que tienen fueran resultado de adherencias ideológicas extrañas.
Hacerse cargo de que la gente, como conjunto, es un amasijo de factores positivos y negativos, y que esa mezcla está en el ser mismo de la especie humana ayuda a entender mejor los movimientos de la Historia. No sólo los de grandes dimensiones, sino también los pequeños. Por ejemplo, que Aznar haya podido ser considerado un gran líder durante ocho años de la vida de este país.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de febrero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de mayo de 2017.
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