Hoy he llegado al ecuador de mi existencia. Ya sé que a ustedes eso no les importa, pero me veo obligado a informarles de ello para que comprendan lo que sigue. (¿Que cómo sé que he llegado a la mitad de mis días? Pues muy fácil: tengo decidido que viviré 90 años, y hoy he cumplido 45. Está bien claro).
Aguijoneado por esta circunstancia personal, propicia a balances, me ha dado por reflexionar sobre los grandes sueños de mi vida, incluidos los ideales que mi generación adoptó a modo de santo y seña cuando fue moza: bellos sueños de justicia, de igualdad y de solidaridad humanas.
Con los sueños cabe tener dos tipos de relación: o se intenta adaptarlos a la realidad o se pretende que sea la realidad la que se acerque a ellos. La experiencia demuestra que ambos esfuerzos suelen ser igual de baldíos. El primero conduce antes o después a asesinar los sueños; el segundo, a rechazar la realidad, inmisericorde y perversa. El primero produce cínicos, trepas y desaprensivos; el segundo, resentidos, melancólicos y fracasados.
Hay miembros de mi generación -año arriba, año abajo- que dicen haber logrado una feliz síntesis entre la fidelidad a sus grandes sueños de juventud y el acomodamiento a la feroz realidad de hoy. El miércoles vimos entrar en la Casa Blanca a uno de ellos. Hace una década llegó aquí a jefe de Gobierno otro que pretendía -que sigue pretendiendo- lo mismo.
En EEUU llaman a la de los 60 «la generación X»: una incógnita. Aquí esa incógnita ya está despejada. Todos sabemos de qué va cada cual. Nos consta quiénes han ahogado sus sueños en aguas del GAL y de Filesa y quiénes morirán sin reconciliarse con la realidad, fracasados, resentidos y melancólicos. Ojalá dentro de 45 años, tal día como hoy, cuando me muera, tenga el honor de seguir contándome en las filas de estos últimos.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de enero de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de enero de 2011.
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Escrito por: kala.2011/01/27 08:57:55.388000 GMT+1