Despertada a bofetones del sueño republicano de los años 30, la sociedad española ha dado sobrada prueba de sus querencias profundamente conservadoras. El franquismo no se hundió, como tantas veces y tan pomposamente se dice, porque «el pueblo» impusiera la democracia. De hecho, por cada ciudadano español que se movilizó en pro de las libertades hubo cincuenta que se quedaron al margen, mirando con recelo la marcha de los acontecimientos. El franquismo se vino abajo porque, sencillamente, no se tenía en pie: España no podía quedar al margen del proyecto unitario europeo y en éste no cabía una dictadura fascistona como la de Franco, Fraga, Martín Villa y compañía.
Desde entonces seguimos en las mismas: sólo hay relevos en el Poder cuando los que están agotan sus recursos y ya no saben cómo seguir. La UCD constituyó desde sus comienzos una disparatada jaula de grillos, pero sólo se fue al garete cuando los propios grillos empezaron a escapar de la jaula. El PSOE perdió a los puntos su pelea final porque se hizo evidente que Felipe González ya no sabía qué hacer con tanta vía de agua como se le había abierto en la nave. El electorado se buscó otro timonel ante la evidencia de que el anterior ya no sabía ni por qué mares navegaba, ni a qué puerto encaminarse, ni en qué isla enterrar el botín. ¿Cuándo consiguió Aznar la mayoría absoluta? Cuando acudió a las urnas a revalidar el poder que ya ejercía. Cuando movilizó la voluntad conservadora del electorado.
Voluntad conservadora, insisto. No necesariamente reaccionaria. Conservadora. En el sentido literal: como rechazo al riesgo. Como miedo al cambio.
Dice el aforismo militar que no hay mejor modo de conquistar una fortaleza que atacarla desde dentro. En el caso español podría ampliarse el ámbito del dicho: no sólo es el mejor modo, sino el único. Asustado por la presunta importancia de la batalla de Madrid y de su profetizado simbolismo -que luego ya se ha visto en qué ha quedado: cuarto y mitad de nada-, Aznar optó por ponerse en manos de Ruiz Gallardón, lo más parecido al contrario que tenía en su propia casa. La victoria del candidato, exagerada por todos -no ha sido para tanto: ha sacado menos votos de los que le encumbraron a la Presidencia de la comunidad autónoma-, unida al compromiso de retirada del propio Aznar, parecen augurar el inicio de un proceso de lenta pero firme autodestrucción del PP.
El verdadero enemigo de todos -la carcoma- se ha puesto en marcha.
Más les vale a los seguidores del PSOE confiar en que así sea. Porque, como tengan que esperar a que Rodríguez Zapatero lance a sus huestes a un asalto victorioso, van de cráneo.
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Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de mayo de 2003) y El Mundo (28 de mayo de 2003), salvo la nota, la cual únicamente se publicó en el Diario. Subido a "Desde Jamaica" el 16 de junio de 2017.
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