El Gobierno anunció anteayer que destinará este año más de 15.000 millones de pesetas a la financiación de 331 oenegés.
El sustento público de las oenegés presenta dos aspectos que conviene examinar separadamente.
En primer lugar, su inclusión en la declaración del IRPF.
El Estado español pretende que ha metido ese apartado en el papel de la renta para canalizar el respaldo económico de los ciudadanos a las organizaciones sociales.
Es una falacia. No creo que haya mucha gente que desee apoyar a todas las oenegés, en masa. Quien más quien menos simpatiza con algunas, pero detesta otras. En lo que a mí respecta, hay bastantes oenegés que aborrezco, directamente. Unas, porque me consta que son tan sólo un descarado modus vivendi de sus promotores. Otras, porque constituyen un auténtico monumento a la hipocresía. Considérese, a modo de ejemplo, el caso de ese Movimiento por la Paz y el Desarme que fue fundado por una integrante del Comité Federal del PSOE en una época en la que su partido, desde el Gobierno, vendía armas a Estados particularmente repugnantes y dictatoriales. Y ella tan pancha.
Mi firme voluntad de no dar ni un duro a montajes de ese tipo choca frontalmente con la imposibilidad de discriminar entre unas y otras oenegés en la declaración de la renta. Hacienda sólo me permite elegir entre financiar a la Iglesia Católica (¿y si lo que quiero es dar mi dinero a una confesión budista?) o a todas las oenegés, a bulto. Es una disyuntiva imposible, que me obliga a dejar la casilla en blanco, con la vaga esperanza de que esa parte de mi dinero, al quedarse en las arcas públicas, pueda acabar en una residencia de ancianos o en una escuela.
Esto, como decía, en primer lugar.
En segundo término, me parece de una desenvoltura rayana en la caradura que se titulen «no gubernamentales» unas organizaciones cuyo funcionamiento depende lisa y llanamente del dinero que les pasa el Gobierno. Ya sé que algunas reciben mucho y otras muy poco, pero, mucho o poco, todas las organizaciones subvencionadas por el Gobierno establecen una relación de dependencia con él y, en esa medida, son Organizaciones Sí Gubernamentales, es decir, osigés.
Eso sin contar con que, al aceptar la subvención correspondiente, se hacen cómplices en muchos casos de la dejación que hace el Estado de tareas asistenciales que debería cumplir él, contratando el personal necesario, pagándose su Seguridad Social, etcétera. Ese voluntariado, presuntamente caritativo, no es sino un modo de lavar la cara al Estado del malestar.
En suma: que muy mal. Que me tocan las narices. Que no me lo creo.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de agosto de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de agosto de 2010.
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