Es muy posible que la culpa sea mía, pero lo cierto es que, cuando escucho estos días a Bush perorar sobre «la guerra larga, dura y llena de sacrificios» que le espera al pueblo norteamericano, me sumo en la perplejidad.
Sencillamente, no sé de qué habla.
¿Se refiere a que va a lanzar un ataque contra Afganistán? Una guerra de ese género no tendría por qué prolongarse mucho. La fenecida URSS se enfangó en una guerra de larga duración en Afganistán, pero sólo porque pretendió mantener el control in situ del país. Si lo que se propone Bush es una operación de castigo, que deje a los talibán hechos unos zorros y sin ganas de patrocinar aventuras terroristas allende los mares, lo puede hacer en pocas semanas. Entre otras cosas, porque los talibán de ahora no cuentan con el respaldo popular que tenían cuando entraron los tanques soviéticos y todavía no se sabía cómo se las gastaban. Crear otro Irak más puede resultar caro, pero no particularmente sacrificado para un país que tiene un poderoso ejército profesional y una enorme cantidad de armamento almacenado, prêt-à-porter.
Si, por el contrario, de lo que está hablando es de la posibilidad de que su país pueda convertirse en escenario predilecto de los grupos terroristas más variopintos -incluidos los de extracción local-, entonces sí tiene sentido que diga que que puede ser una lucha larga, dura y difícil pero, a cambio, lo absurdo es que la califique de «guerra». Por mucho que se empleen en esa tarea fuerzas militares, se trata de un trabajo de policía.
Me preocupa Bush. Me parece un hombre desconcertado, perplejo, flotante. Da todo el aspecto de no saber qué hacer. La opinión pública de su país reclama que tome decisiones enérgicas, pero no acaba de ver cuáles podrían ser.
El pueblo norteamericano, en su mayoría, no estaba psicológicamente preparado para una situación como ésta. Lleva demasiado tiempo habituado a pensar que esas cosas sólo les pasan a los demás. Los EEUU siempre se han enfrentado a sus enemigos lejos de casa. El ataque del 13 de septiembre ha propiciado un estado de ánimo general de rabia exaltada y Bush no sabe cómo administrarlo. De momento, lanza arengas, como dando a entender que, para enfado, el suyo.
Debería empezar a explicar a sus conciudadanos que hay problemas que no se solucionan por mucho que uno se enfade y por medios materiales que tenga a su alcance. Pero lo más probable es que todavía no se haya dado cuenta de ello ni él mismo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de junio de 2017.
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