Me telefonea mi amigo Gervasio Guzmán para comunicarme su honda preocupación por lo que él llama «el problema catalán».
-Tú sabes que soy hombre de ideas cosmopolitas. No soporto los nacionalismos -me dice-. Si los catalanes quieren separarse de España, que lo hagan. Pero si optan por estar en España, entonces que asuman las consecuencias.
Le respondo que a mí lo que me preocupa es su idea de España.
-Formalmente -le explico-, hablas de España como si fuera un ámbito colectivo de convivencia, común a catalanes, vascos, gallegos, castellanos, canarios, asturianos, etc., tenidos todos por iguales en consideración y en derechos. Pero luego no te comportas de acuerdo con ese principio. Imagínate que un catalán te dijera, a ti, madrileño: «Bueno, pues si no os gusta como somos los catalanes, no tenéis más que separaros de España». Dirías que está como una cabra. Y es que, en la práctica, identificas España con el bloque de pueblos de habla exclusivamente castellana. Para ti, es en ellos donde reside la esencia de España. Cataluña y Euskadi no forman parte de esa «esencia». Por eso pones tanta insistencia en que a la lengua castellana se la llame «española». Si tu idea de España fuera realmente solidaria, todas las lenguas que se hablan en el territorio del Estado español te parecerían españolas. Unas habladas por más gente, otras por menos, pero todas igual de españolas. Te crees cosmopolita, pero no eres más que un nacionalista español que lo hace, pero no lo sabe.
Gervasio contrataca:
-¡Pero la identidad colectiva debe basarse en las pautas mayoritarias! ¡Eso es la democracia!
-Ay, Gervasio: la democracia es una gran cosa, pero no vale para todo. Por encima de la democracia está la libertad. Y por sobre ambas, el peso de la Historia, y el de sus agravios. El nacionalismo español ha funcionado desde muchísimo antes de que en esta tierra hubiera un régimen parlamentario, y ha causado heridas muy hondas, y ha generado recelos que están aún muy enquistados, y lo ha hecho en nombre de España: de la España una, de la España grande, de la España nunca libre. Si tú recelas de Cataluña, pese a que jamás tropas catalanas entraron en Madrid para imponer una dictadura, ¿cómo te puede extrañar que los catalanes recelen de ti? Oye lo que te digo, Gervasio: o se produce un cambio general de actitud; o empezamos a hacer un esfuerzo consciente para entendernos sobre la base no de como nos gustaría que fuéramos los unos y los otros, sino de como somos realmente, o este tinglado común nunca echará raíces.
Me disponía a concluir con un solemne «Tú verás lo que quieres» cuando escuché el clic: Gervasio me había colgado.
No sé, pero me da la impresión de que cada vez son más los que desean colgarme.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de octubre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de noviembre de 2012.
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