Desplazamiento sabatino a Cartagena. La excusa era asistir a un concierto de una cantante brasileña, Fernanda Abreu. No la conocía. Ya la conozco: rap con aire de samba, bien hecho, con coreografía a lo Madonna. A bastante distancia de mis propios gustos. Por momentos alimenté la sospecha de si estaba cantando muchas canciones o muchas veces la misma canción.
Lo que más me interesaba del viaje era estar con algunos amigos de allí y, muy en especial, con Ben, un maravilloso senegalés al que vengo tratando desde hace 20 años y al que quiero mucho. El muy cabrón tiene la misma elegancia natural y la misma piel tersa que hace dos décadas. Y la misma sonrisa encantadora. Y los mismos dientes blanquísimos. Cenamos un buen pescado -él es controlador marítimo en Cartagena y se conoce el ramo- y nos reímos a gusto con nuestras tonterías.
A la salida del concierto me topé con un puesto de discos de música con raíces. Bien nutrido. Me merqué seis cedés: uno de Ali Farka Toure -lo tenía en uno con Ry Cooder-, otro de Cheb Mami, el fantástico Green Blue Yellow Rose & Charcoal de Marisa Monte, una selección de música senegalesa que me recomendó Ben, otro de la Orquesta Nacional de Barbès -o sea, argelinos en París- y, en fin, otro del Anouar Brahem Trio tunecino. El dueño, un tipo enrollado con el que hice rápidamente buenas migas, me arregló un precio muy apañado por el lote entero y me ofreció dos entradas para ver la actuación del Anouar Brahem Trio en la Catedral de Cartagena el próximo 22. A ver si podemos ir.
Regreso tardío de Cartagena a Aigües. Dejé que sonaran algunos de los cedés recién adquiridos. Charo se mantuvo despierta, cumpliendo sus funciones de copilota: pasarme cigarrillos, avisarme de los desvíos y, por lo demás, guardar silencio: no me gusta que me hablen mientras conduzco. Las dos amigas que venían con nosotros se durmieron arrulladas por la suave música. No quise conectar la radio durante el viaje, para no molestarlas.
Así que, hasta que llegamos a Aigües, ya cerca de las tres de la madrugada, no me enteré del segundo atentado del día. El juramento de Ibarretxe ante el árbol de Gernika, bañado en sangre.
Ya de mañana, cuando me despierto -tarde-, me entero de la composición del nuevo Gobierno vasco. Han cambiado pocas carteras. Se ha ido la consejera de Educación. La última vez que hable con Mari Carmen, vieja compañera de luchas estudiantiles, hace como 20 días, la ví con ganas de hacer otras cosas. Llevaba demasiado en el cargo. Así que supongo que el cambio ha sido a petición propia.
Lo que más me intrigaba era saber quién ocuparía la cartera de Interior. Veo que sigue Balza. Me contaron que no quería continuar en el puesto. Estaba cansado del acoso mediático y político sufrido en los últimos años. Y también de ver tanta sangre, tanto dolor y tanto entierro. Según mis noticias, Ibarretxe ofreció la cartera a varios miembros del PNV, pero todos le respondieron negativamente. Al parecer, todos daban por hecho que ETA se disponía a poner a los responsables de la Ertzaintza en los primeros puestos de sus macabras listas. El asesinato de Mikel Uribe parece confirmarlo ampliamente. Nunca he sentido simpatías por ninguna Policía. Tampoco por la Ertzaintza. Pero la papeleta que tiene es de aúpa.
El balance del sábado es terrible. Maldita ETA.
Voy a encender de nuevo la radio. Tengo curiosidad por saber qué reacciones ofrecen los políticos. Porque uno de los asesinatos se ha producido en Navarra, territorio bajo jurisdicción de las Fuerzas de Seguridad del Estado, y el otro es de un responsable de la Ertzaintza. Imagino que, por lo menos, en esta ocasión el PP no dirá que la culpa es del Gobierno vasco.
O sí. Ahora veré.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de julio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
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