Uno de mis libros de texto de Bachillerato aseguraba que Voltaire «parecía un gato que hubiera bebido vinagre».
Oigo a gente de mi edad que sostiene que «en nuestros tiempos» la enseñanza media era mejor que la de ahora, «incluso a pesar de la dictadura».
Me da que su memoria no es muy buena. La mía no me dejaría afirmar nada semejante.
Recuerdo muy bien una mañana de domingo, en uno de los patios de mi colegio, en San Sebastián. Yo debía de tener 14 años. Los chavales de algún curso inferior jugaban un partido de fútbol. Un cura hacía de árbitro. Atravesé el patio. El cura me reconvino: «¡No pise el césped!», me gritó. Me entró la risa: el suelo era de cemento. Al cura le dio un ataque de ira. Me ordenó que me metiera en una clase y le esperara. Cuando acabó el partido, vino a por mí. Me dio tantos bofetones que me oriné. Estaba aterrado.
Ah, entonces sí que la enseñanza media era delicada y cuidadosa. Entonces sí que se tenían en cuenta las Humanidades.
¿Historia? No me enseñaron nada merecedor de ese nombre. Nos contaban una historieta llena de buenos y malos, de la que lo único que teníamos que retener era una eterna relación de nombres, fechas y lugares. La más mínima reflexión crítica estaba prohibida. En cierta ocasión, fui expulsado de clase por decir que, en realidad, Cristóbal Colón no descubrió América. «Para mí que más bien se la encontró. El quería ir a otro sitio», argumenté con total ingenuidad, ignorante de lo arriesgado que era pensar.
No sabíamos gran cosa, y buena parte de lo que creíamos conocer era mera doctrina, disfrazada de ciencia. No nos enseñaban ni siquiera a identificar aquello que teníamos delante de las narices. Hasta los 13 años, nadie me dijo que el euskara es una lengua, y que esas palabras tan sonoras que yo mismo empleaba pertenecían a un idioma diferente del castellano. ¡Y estábamos en San Sebastián!
Doy por hecho que lo que se enseña ahora a los alumnos de entre 12 y 16 años no será nada muy glorioso. Hace no tanto, una chavala catalana de 16 años me reconoció que no sabía quién fue Velázquez. No es como para dar saltos de alegría, desde luego. Pero me imagino que mucho dependerá de los profesores. Así era también antes. En el mismo curso en el que un profesor de religión al que le preguntamos qué es «el acto puro» nos respondió sin inmutarse que «el acto puro es... ¡el puro acto!», la profesora de Arte se esforzaba por hacernos entender a Kandinsky. Y ambos trabajaban supuestamente con el mismo plan de estudios.
Supongo que con todo lo que ignoran muchos de los actuales alumnos de ESO se podría hacer una magnífica enciclopedia. Pero estoy convencido, al propio tiempo, de que nadie pretende que digan que Voltaire parecía un gato que hubiera bebido vinagre. Y seguro que nadie les aterroriza por pisar un césped de cemento.
Desengáñense: cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de diciembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de diciembre de 2011.
Comentar