Hace muchos muchos años, allá por el 77, dirigía este servidor de ustedes una revista -marginal, por supuesto- que pretendía promocionar, con más voluntarismo que éxito, el pensamiento radical de izquierda. Se llamaba Saida. Bello nombre. Saida era el patronímico de una resistente marroquí de la época, torturada por la policía de Hasán, y quiere decir también salida, en la lengua de Curros Enríquez y Rosalía.
Pero vayamos a lo que quería contarles.
Vino a verme un buen día a la revista un joven -todos lo éramos entonces- que quería publicar un artículo de opinión. La idea central de su trabajo era simple: sostenía que la derecha española ha carecido siempre de sentido del humor.
«Ya me dirás si mi tesis te parece correcta», me conminó al irse.
Leí el artículo. Al día siguiente, se lo devolví acompañado de un breve comentario, a modo de epigrama: «Esta tesis / ni es correcta / ni es errada: / que no es tesis; / que es chorrada».
Me acordé de este episodio el pasado miércoles, durante la presentación del libro de Alfonso Ussía Coñones del Reino de España. En materia de política -de concepción del mundo, en realidad-, me da que entre Ussía y yo debe haber el mismo parecido que entre una almeja y un pavo real (comparación en la que, tanto por su monarquismo como por mi misantropía, es obvio que a mí me corresponde el papel de almeja: tampoco me quejo). Pero sería un perfecto imbécil si no me diera cuenta de que Ussía es un maestro del humor. Como lo es Tip. Como lo fue el abuelo del propio Ussía, Muñoz Seca. Como lo fue Jardiel. Como lo fue -cuando quería- Fernández Florez. Todos muy de derechas. Todos geniales.
Hay una derecha estirada, adusta, impostada, vacua. Tiene adeptos a miles. Son insufribles. Pero hay también una derecha capaz de reírse de su propia sombra, especialista en ridiculizar lo que la rodea (o sea, a la propia derecha). Una derecha burlona, frívola a veces, siempre culta.
La derecha tiene mejores condiciones para el buen humor. Con el estómago lleno y el porvenir arreglado, cualquiera tiene más ganas de reírse. La gente de izquierdas, a fuerza de pensar en alquileres, recibos e hipotecas, carece a veces de tiempo para pararse a captar la chispa de la vida.
Con todo, en algo sí es superior el humor de izquierdas al de derechas. La gente de derechas -el propio Ussía- tiene sus tabúes: que si la unidad de España, que si el obispo Setién. Los de izquierdas estamos más capacitados para reírnos absolutamente de todo. Incluidos nuestros sueños de igualdad. Estamos tan acostumbrados a perder, que no nos cuesta nada ridiculizar nuestras propias ruinas y fracasos.
Es el humor de aquel amigo mío que, en tiempos del franquismo, contaba así una manifestación: «...Y entonces vino la Policía, y nos acorraló, y nos forró a leches. Bueno, que se jodan».
Javier Ortiz. El Mundo (7 de junio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de junio de 2011.
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