Permitidme que empiece este apunte con un arranque de humor negro, remedando esos avisos funerarios que suelen aparecer en los periódicos locales: «En la imposibilidad de hacerlo individualmente, la familia Ortiz quiere manifestar a través de esta nota su profunda gratitud a la innumerable cantidad de amigas y amigos que le han hecho llegar sus sentimientos de profunda condolencia».
Ahora fuera de bromas: me emocionó ayer comprobar no sólo cuánta gente me apoya, sino la fuerza y el cariño con que lo hace. Retengo el comentario de un amigo de Estocolmo: «Mándalos a la mierda. No tendrán que desplazarse mucho».
De todos modos, deberé reconocer que el principal responsable de lo sucedido he sido yo.
He cometido dos graves errores: uno estratégico; el otro, táctico.
Mi error estratégico fue pensar que algo así no me podía ocurrir a mí.
Durante los diez años que ejercí de jefe de Opinión de El Mundo, sólo censuré un artículo: el que escribió cierto personaje que, habiéndose ausentado una noche de su hogar sin dar explicaciones, y a la vista de que el hecho trascendió al gran público por una imprudencia radiofónica, pretendió hacer creer a los lectores del periódico que no había estado de jarana, sino que había sido secuestrado por ignotas fuerzas del mal.
Fue aquella -si se me permite la expresión paradójica- una censura deontológica.
Fuera de eso, sólo me tocó hacer en tres o cuatro ocasiones alguna llamada telefónica a este o a aquel columnista para pedirle que suprimiera tal o cual expresión particularmente malsonante, expresamente prohibida en el periódico, o para que evitara una u otra descalificación ad hominem realizada en términos inaceptables, por aludir a circunstancias de la vida íntima del aludido.
Creía, en suma, que la libertad de expresión en los artículos de Opinión estaba asegurada en El Mundo. Tanto más en mi caso, dada mi calidad de miembro fundador del periódico, de autor del texto que recoge su teórica línea editorial -las 100 Propuestas para la regeneración de España, todavía incluidas en el Libro de Estilo del diario- y de subdirector y jefe de Opinión en excedencia temporal.
Dí por hecho, por decirlo brevemente, lo que no debería haber dado por hecho.
Señalaré en mi descargo que existían precedentes que parecían reforzar mi criterio. Pondré un ejemplo. Durante la Guerra del Golfo, el máximo representante de los intereses kuwaitíes en España -Javier de la Rosa, a la sazón- contrató una fortísima y costosísima campaña de publicidad en todos los periódicos bajo el lema Free Kuwait. En el anuncio aparecía una mujer con la cara cubierta. El texto decía, en resumen, que esa mujer no podía enseñar el rostro porque Sadam Hussein es muy malo y la machacaría. Escribí un artículo cachondeándome de la campaña y diciendo que esa mujer no podía enseñar su rostro básicamente... porque la agencia de publicidad no le pagaría. Acababa la columna diciendo: «Free Kuwait. ¡Un viaje a la liberación en vagón de primera!». Como represalia, De la Rosa retiró de El Mundo la campaña. Un taco de millones. La gente del departamento de publicidad -entre la que tengo muy buenos amigos- me contó lo ocurrido. Pero no me formuló el menor reproche.
Mi error ha sido no darme cuenta de que eso sucedió hace una década. Y no contar con que de entonces a aquí ha llovido mucho. Muchísimo.
Ésa ha sido mi equivocación estratégica.
La otra equivocación, la táctica, ha sido resultado de la anterior. Como nada temía, no me di cuenta de lo imprudente que era anunciar con cuatro días de antelación que tenía la intención de escribir de Botín. Di tiempo al banquero para que pusiera en marcha su maquinaria de presión. Y, frente a sus poderes, los principios deontológicos, el Libro de Estilo, mi papel, mi trayectoria, etcétera, etcétera, no han pintado un puto pimiento. Resultado: que me he ganado a pulso lo que me ha ocurrido.
La ventaja es que ya sé con quién trato realmente, a qué debo atenerme... y todo lo demás.
Algunos lectores han iniciado una campaña de denuncia sobre lo ocurrido: cartas al director, llamadas al periódico, denuncias ante otros medios de comunicación, divulgación del asunto por la Red... No tengo nada en contra y agradezco su esfuerzo. Sé que la utilidad de la denuncia no va a ser excesiva, pero nunca he sido de los que dicen que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.
De todos modos, más importante me parece hacer un esfuerzo colectivo para que Botín no se salga totalmente con la suya, y divulgar la existencia del libro de Josep Manuel Novoa. Lo recuerdo: se titula El Poder y ha sido editado por Ediciones Foca. La misma que sacó el libro de Jesús Cacho sobre Polanco. La misma que sacó el libro de Joaquín Navarro sobre Euskadi. La única de las de cierto peso, por lo visto, que tiene las narices de sacar libros así en España.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (12 de julio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
Comentar