La dirección de la CNN ha dado instrucciones precisas a los reporteros de su cadena que cubren la guerra de Afganistán para que sus informaciones resulten políticamente convenientes: no deben «centrarse» en las víctimas civiles que están causando los bombardeos aliados ni subrayar las penalidades que sufre la población afgana; por el contrario, deben evocar incesantemente las víctimas del 11 de septiembre, insistir en que la guerra la han provocado los talibán y recordar que el régimen de Kabul da cobijo a los terroristas. Les insta a mencionar estos puntos «una y otra vez, aunque pueda parecer un tanto repetitivo».
Este manual de autocensura de la CNN representa una vuelta de tuerca más en la línea iniciada el 11 de septiembre mismo tanto por ese canal televisivo como por el conjunto de los medios de comunicación estadounidenses. A petición del Gobierno de Washington, todos aceptaron convertir los atentados de ese día en carnicerías virtuales, mostrando los destrozos materiales, pero ni un solo cadáver, para evitar reacciones populares «no deseadas», fueran éstas de desmoralización paralizante o de ira racista contra el colectivo musulmán residente en los propios EEUU.
No parece necesario resaltar que estas prácticas de orientación política forzosa están en contradicción directa con la libertad de prensa y, más concretamente, con el principio profesional que obliga a distinguir entre el trabajo periodístico informativo y el de opinión. Según ese viejo principio, tan caro a la tradición académica norteamericana, el informador debe atenerse al «hecho desnudo». Se supone que para encauzar la opinión ya están los editorialistas, columnistas y analistas.
Lo que la dirección de la CNN defiende ahora con total descaro es la necesidad de «vestir» los hechos, cubriéndolos de propaganda política machacona.
Esta abierta y confesa labor de manipulación de la opinión pública tiene un corolario inevitable: la autodestrucción de la credibilidad del medio que la propugna. En efecto, desde el momento en que él mismo admite que vela unos hechos y maquilla otros -que incluso obliga a sus empleados a hacerlo-, está invitando a que el público receptor de su trabajo no le crea o, por lo menos, ponga sus presuntas informaciones en cuarentena.
¿A cuento de qué la CNN bombardea a pedradas el techo de su propio prestigio, tan laboriosamente ganado? ¿Tal vez por un súbito y devastador ataque de patriotismo? Es dudoso. Más probable parece que esté tratando de aplacar las iras de Bush, al que indignó que el poderoso canal norteamericano difundiera imágenes inconvenientes transmitidas por el canal de Qatar Al Yazira. En otros tiempos, la indignación de la Casa Blanca no le habría inquietado demasiado, por mucho que su titular se encontrara en la cresta de la ola de su popularidad. Pero ya no está en otros tiempos. A lo largo de los últimos años, la CNN se ha visto poderosamente debilitada por la pérdida de interés de la opinión pública norteamericana en el periodismo de calidad y el crecimiento a grandes pasos del periodismo basura. Justo antes del 11 de septiembre, se estaba planteando una drástica reducción de su plantilla y de los medios que tiene desplegados por medio mundo. Ahora que la guerra le ha proporcionado un cierto respiro y le ha permitido recuperar audiencia, no quiere arriesgarse a plantear una batalla en defensa de la honestidad informativa, así sea a sus niveles más mínimos. Así que se ha propuesto la cuadratura del círculo: salvar el periodismo de calidad aplicando las normas del periodismo basura.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (31 de octubre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.
Comentar