Curioso tipo este Salman Rushdie, que viaja rodeado de guardaespaldas y sostiene que no es aceptable hablar de literatura rodeado de guardaespaldas. Francamente, si no le parece aceptable, que no lo haga; nadie le obliga a ello. Me temo que sus deseos de autopromoción, que ya le jugaron hace tres años una mala pasada, le siguen perdiendo.
No estoy de acuerdo con la sentencia de muerte iraní que pesa sobre él, recompensa incluida. Creo que la pena de muerte no arregla nada. Aplicada al campo de la creación literaria, me parece además contraproducente, porque ayuda a promocionar las obras de los condenados, que con frecuencia son muy malas. Los integristas iraníes, así fuera por puro sentido práctico, deberían reconsiderar su actitud: ellos tienen la culpa de que Rushdie haya colocado un montonazo de sus aburridos «Versículos Satánicos» por todo el orbe.
Sin embargo, una cosa es desaprobar el peculiar sistema iraní de crítica literaria y otra convertirse en abanderado de Salman Rushdie.
Me resisto a ello, en primer lugar, por economía de esfuerzos. El mundo está lleno de personas cuya vida corre serio riesgo por culpa de unos u otros tiranos. A la mayoría de ellas no las defiende nadie, nadie las recibe, nadie les proporciona tribunas públicas. De puro anónimas, ni siquiera se habla de ellas cuando, con harta frecuencia, la sentencia se cumple y mueren. No han escrito ningún libro, y menos cobrado por ello: han estorbado, simplemente, a cualquiera de los Hasanes que tan bien trata nuestro Gobierno. A decir verdad, me parece más práctico concentrar mi esfuerzo solidario en estas otras víctimas.
Más práctico, y también más confortable. Me mosquea el rutilante despliegue de solidaridad que recibe Rushdie. Hay comprometido en esta causa demasiado indiferente ante las demás injusticias, demasiados ministros europeos, demasiados figurones. Me pregunto por qué, y ninguna de las respuestas que se me ocurren me anima a sumarme al carro. Así que me quedo al margen. Lo hago con la tranquilidad de saber que Rushdie no notará mi ausencia: como guardaespaldas no valgo nada, no soy editor y, para colmo, no tengo la más mínima influencia ante ningún gobierno.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de agosto de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de agosto de 2010.
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