Hay noticias que resulta inevitable comentar, pero poco. Por ejemplo, que Mariano Rajoy considere «estalinista» que los demás grupos parlamentarios se nieguen a discutir una proposición presentada por el suyo. Es obvio que no sólo ignora qué fue el estalinismo, sino que ni siquiera recuerda lo que él mismo propició anteayer, como quien dice. Ha olvidado que, cuando Ibarretxe llegó al Congreso de los Diputados español con una propuesta de reforma del Estatuto vasco que venía avalada por la mayoría absoluta del Parlamento de Vitoria, su partido defendió que ni siquiera fuera admitida a trámite. ¿Fue estalinista aquel rechazo? Pues no; tampoco. ¿Fue un error? Eso, sí.
Como es un error el que acaba de cometer el Tribunal Supremo -reincidente en esto- al sentenciar que las organizaciones juveniles de la izquierda abertzale son parte del «entramado» de ETA y, en consecuencia, terroristas. La teoría que pusieron conjuntamente en danza hace años Mayor Oreja y Garzón según la cual ETA en realidad no es una organización, sino un magma, si es que no un virus que contagia cuanto le es vecino, no sólo constituye un disparate jurídico, sino que también representa uno de los obstáculos más sólidos que han frenado los intentos de alcanzar una solución dialogada para el «largo, duro y difícil» (y, ya de paso, también aburrido) conflicto vasco.
Dicho lo cual, la sosería reciente que más me ha fascinado es ésa que cuenta que una jueza no permite la inscripción en el Registro Civil de una niña llamada Beliza porque, según ella, 1º) Ese nombre no existe, y 2º) No corresponde a ningún sexo.
Veamos. En primer lugar, ese nombre existe, porque si no sería imposible hablar de él. Y, en segundo lugar, un nombre no tiene por qué corresponder a ningún sexo. Se trata de que identifique a una persona. Y ya está.
La argumentación de la jueza es demostrativa de su ignorancia. Porque debería saber que hay nombres de los (mal) llamados «de pila» que son ambiguos a más no poder. Si alguien se llama «José María», por ejemplo, se llama tanto José como María. Lo cual, más que un nombre, parece casi un belén. Un importante escritor de mi tierra -digo, por poner otro ejemplo- se llamó Resurrección María, que ya es llamarse. En Italia -y, por lo tanto, en la UE- hay muchos hombres que se llaman Rosario, y Carmine, como el papá del cineasta Coppola, que a su vez se llama Francis, como la mula. En euskera, muchos nombres de chicos acaban en «a» (Kepa, Koldobika...), mientras que los de chica terminan con frecuencia en «e» (Ane, Nekane, Edurne...).
Lo más cabreante de este asunto, de todos modos, no es nada de todo eso, sino la constatación de que en España hay jueces capaces de perder su tiempo y nuestro dinero en asuntos rematadamente inanes. ¿A cuánto nos saldrá a los contribuyentes la hora de bobería judicial?
Javier Ortiz. El Mundo (22 de enero de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.
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