Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1998/05/23 07:00:00 GMT+2

L. S.

Cada vez que escucho a alguien salir en defensa de otro con argumentos del estilo de: «¿Fulanito, hacer eso? ¡Imposible! Lo conozco bien: no es capaz», me acuerdo de L. S.

Conocí a L. S. a finales de los 70. Era corresponsal en España del diario italiano Lotta Continua, un panfleto izquierdista muy bien hecho. Desenfadado, innovador, fue precursor de nuevas formas de periodismo que luego han sido explotadas a fondo por la prensa italiana de orden, recurriendo a menudo a los mismos que hicieron en su día aquel periódico (una vez reconvertidos, por supuesto).

L. S. era un tipo divertidísimo. Vivía donde podía: donde cualquier conocido le prestara una cama. Sus pertenencias eran bien escasas: una máquina de escribir y una maleta grande con unas cuantas camisas -casi todas sucias-, un puñado de calcetines desparejados y varias botellas de whisky mediadas. No me pregunten por qué cargaba con las botellas sin acabarlas: nunca lo supe, y me da que él tampoco.

Pese a su reputado izquierdismo de aire tirando a maoísta, L. S. no tenía ningún inconveniente en admitir que, en términos generales, la política le aburría soberanamente. A él lo que más le gustaba era salir de noche, hablar de literatura o de cine, cortejar a las mozas y empinar el codo, hasta acabar a las tantas de la madrugada clamando cualquier remedo italiano del Asturias, patria querida. Por lo demás, L. S. era una especie de monumento al caos personal, a la impuntualidad y al despiste.

Todos cuantos lo tratábamos sabíamos que intentar hacer algo medianamente serio con él era empresa imposible. «¿Cómo? ¿Que teníamos una cita a las 6? A ver...», decía, y empezaba a hurgar en sus bolsillos, de los que iban saliendo pañuelos arrugados, cigarrillos rotos, algún carrete de fotos («¿Y esto?», murmuraba perplejo)... y, al final, un papel con anotaciones varias: «Ah, pues sí. Y fíjate que lo apunté...», fingía disculparse.

Dejé de ver a L. S. Al cabo de un cierto tiempo, un buen día, allá por el 82, me quedé de piedra al leer la prensa: contaba que L. S., L. S. el bohemio, el desastre de L. S., el L. S. al que aburría hablar de política y amaba la vida nocturna madrileña, había sido detenido en Italia en tanto que integrante de la trama búlgara que -decían- había dado cobertura al atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II. Según la noticia, la propia esposa de L. S. había confesado que su marido trabajaba para el espionaje búlgaro desde hacía años.

¿Espía aquel desastre impuntual, despistado, caótico? ¿Espía del Este un semimaoísta? «Bueno; tampoco es imposible», me dije. A fin de cuentas, lo mejor para ser espía es no tener la menor pinta de espía.

Carlos Marx escribió que si las apariencias coincidieran con las esencias toda la ciencia humana carecería de sentido. Cierto: nadie es lo que parece.

Pero todo el mundo es también lo que parece. Incluido L. S.: la trama búlgara para atentar contra el Papa fue una chapuza.

Javier Ortiz. El Mundo (23 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/05/23 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: periodismo el_mundo juan_pabloii 1998 alí_agca apariencia preantología vaticano iglesia | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)