La experiencia demuestra que no hay derechista más brutal y desinhibido que el ex izquierdista. Así como la gente de derechas «de toda la vida» suele tener un cierto sentido de la contención -no necesariamente mucho: algo-, lo más frecuente es que la procedente de las filas de la izquierda radical carezca por completo de sentido de la medida. No sabe ser de derechas, sin más; tiene que ser de extrema derecha.
Algunos sostienen que esto se debe a que son personas que se limitan a cambiar un autoritarismo por otro. Según esta tesis, los individuos en cuestión pueden pasar con cierta facilidad de la izquierda más furibunda a la derecha más furibunda porque lo que les va, en el fondo, es ser furibundos.
Es ésta una explicación que puede tener cierta validez en determinados casos, pero que, en mi criterio, no apunta al meollo del asunto. La prueba de ello la tenemos en que fenómenos casi idénticos son detectables en otros campos ideológicos, distintos y distantes del binomio izquierda / derecha. Por ejemplo, en el del nacionalismo vasco. Todos conocemos un buen puñado de individuos que fueron en su juventud nacionalistas radicales vascos, incluso de los de pistola en mano, y que han acabado entregados al españolismo más crispado y más militante.
Según lo veo yo, lo que se produce en casi todos estos casos de metamorfosis ideológica aguda es un proceso de pérdida galopante de los escrúpulos, ligada al afán por desprenderse de la manera más rápida, más definitiva y más visible de las viejas señas de identidad ideológica, para lograr así una mejor acogida -y casi siempre también una mejor colocación- en el nuevo bando.
Algo de esto se trasluce también en aquellas personas que han realizado otra peregrinación, profesional de apariencia, pero de trasfondo no menos ideológico. Me refiero a quienes han pasado del mundo de las leyes al de la política. De la judicatura de campanillas a la política en el poder, quiero decir. El caso de Garzón fue casi de opereta: pasó de pretender el encarcelamiento de Felipe González en tanto que jefe de una banda de delincuentes a acompañarlo en su lista electoral como si tal cosa, feliz y contento. Juan Alberto Belloch fue otro del género.
Pero no he empezado a escribir estas líneas pensando en Garzón y Belloch, sino en los protagonistas gubernamentales de todo el patético asunto de los inmigrantes sin papeles de Ceuta y Melilla. Estaba considerando el caso del ministro del Interior, José Antonio Alonso, que es magistrado y que fue portavoz de Jueces para la Democracia, y también el de los dos altos cargos que han hecho equipo con él en este patético asunto: María Teresa Fernández de la Vega y Juan Fernando López Aguilar, dos personas de sólidos conocimientos jurídicos (especialmente este último, que es catedrático de Derecho Constitucional). No se trata de tres Corcueras expertos en tirar a patadas por la calle de en medio, sino de tres juristas que tienen por fuerza que saber de sobra lo que han hecho. Que no pueden ignorar que han cometido auténticas barbaridades y que han violado derechos fundamentales de las personas. Y que no han dado ninguna muestra de que les incomodara hacerlo.
Decía al inicio que no hay peor derechista que el izquierdista renegado. Añadiré que, del mismo modo, no hay más peligroso burlador de la ley que el jurista que se ha desprendido de los escrúpulos para subir más ligero a la cumbre del poder.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de octubre de 2017.
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