He trabajado durante diez años con Julio Fuentes y apenas lo conocía. No sólo porque él alternó las corresponsalías en el extranjero con el reporterismo de guerra –de modo que apenas pisaba la Redacción–, sino también porque nunca congeniamos demasiado. Tal vez por razones políticas, pero no podría asegurarlo, porque no sé cuáles tenía.
Julio era un hombre serio, reservado y encerrado en sí mismo, supongo que en parte debido a la considerable sordera que le aquejaba.
Hay dos géneros de corresponsales de guerra. Uno es el que conforman las grandes estrellas del oficio que, encargadas por sus respectivos medios de dar una perspectiva general de los acontecimientos, acuden a la capital más próxima y mejor comunicada y se instalan en un hotel confortable, del que apenas salen para nada. El hotel que se buscan es, por lo general, aquel en el que estén instalados los equipos de las grandes cadenas de televisión, preferentemente norteamericanas. El contacto personal y directo con los nutridos equipos que desplazan estas cadenas les proporciona mucha más información que la que podrían buscarse ellos por su cuenta. Hay quienes se cachondean del trabajo que hacen estos periodistas, cuyo mayor riesgo es el que se corre en la barra de cualquier bar. Yo no. Creo que hacen bien y que su opción es correcta.
El otro género de corresponsales de guerra es el de los reporteros que acuden al frente en busca, sobre todo, de reportajes de interés humano. Si los otros toman vistas panorámicas de la guerra, a ellos les corresponde sacar primeros planos.
Éstos son los que corren verdaderos riesgos. Los que se la juegan a diario. Otro compañero del periódico, Espinosa, estuvo a punto de hacerse apiolar en África hace un par de años. Ahora la china le ha caído a Julio Fuentes.
Suelo despotricar mucho en este rincón de la Red sobre mi profesión. Conviene no perder de vista, de todos modos, que no toda ella es repugnante. También tiene sus aspectos difíciles, sacrificados y hasta heroicos.
Me pregunto si vale la pena perder la vida para acabar escribiendo cuatro crónicas de usar y tirar. Y me respondo que es obvio que alguien que se hace esa pregunta no ha nacido para corresponsal de guerra. Porque ése es un veneno que se lleva en la sangre.
Julio lo llevaba. Y le ha matado.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (20 de noviembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2017.
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