Hay dos géneros de corresponsales de guerra.
Uno es el que conforman las grandes estrellas del oficio que, encargadas por sus respectivos medios de dar una perspectiva general de los acontecimientos, acuden a la capital mejor comunicada y más próxima al escenario del conflicto. Se instalan en un hotel confortable, del que apenas salen para nada. El hotel que se buscan es, por lo general, aquel en el que estén instalados los equipos de las grandes cadenas de televisión, preferentemente norteamericanas. El contacto personal y directo con los nutridos equipos que desplazan estas cadenas les proporciona mucha más información que la que podrían buscarse ellos por su cuenta.
Hay quienes se cachondean del trabajo que hacen estos periodistas, cuyo mayor riesgo es probablemente el que se corre en la barra de cualquier bar.
Yo no. Creo que hacen bien y que su opción es correcta: no obtendrían ni más ni mejor información paseándose a pecho descubierto por el lugar de los tiros y las bombas.
El otro género de corresponsales de guerra es el de los reporteros que acuden al frente en busca, sobre todo, de reportajes de interés humano.
Si los otros toman vistas panorámicas de la guerra, a ellos les corresponde sacar primeros planos.
Estos son los que corren verdaderos riesgos. Los que se la juegan a diario.
Varios compañeros del periódico han estado a punto de hacerse apiolar más de una vez haciendo ese trabajo. En Latinoamérica, en los Balcanes, en Africa. Julio Fuentes ha estado en ésas varias veces. Al final, parece que el cántaro ha ido demasiadas veces... a las fuentes.
Suelo despotricar mucho sobre mi profesión. Quizá porque la amo demasiado. Pero, no por reconocer todos sus defectos me olvido de sus rasgos de grandeza. También tiene sus aspectos difíciles, sacrificados y hasta heroicos.
Me pregunto si vale la pena perder la vida para acabar escribiendo cuatro crónicas que mañana envolverán las sardinas del mercado. Y me respondo que es obvio que alguien que se hace esa pregunta no ha nacido para corresponsal de guerra. Porque ése es un veneno que se lleva en la sangre.
Julio lo llevaba. No porque tuviera madera de héroe. No porque le gustara el riesgo. Todo lo contrario.
Pero corría por sus venas la fiebre de contarlo, de mostrar el horror con la esperanza de vacunarnos. De decirnos, hechos mediantes: «No volváis a hacerlo, por favor, no volváis a hacerlo».
Llevaba ese veneno en la sangre.
Y le ha matado.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de noviembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de noviembre de 2010.
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Escrito por: .2010/11/24 11:13:1.057000 GMT+1