Varios lectores y lectoras me han escrito en los últimos días preguntándome si no iba a decir nada sobre todo lo que está corriendo de boca en boca en relación a los problemas reales o supuestos que tenía Julio Anguita Parrado con la dirección de El Mundo. Alguno ha llegado a preguntarme: «¿No será que tienes miedo de decir algo que pueda cabrearles y que ponga en peligro tu relación con el periódico?».
A esto último responderé por la vía directa: y si sintiera ese temor, ¿de qué habría de avergonzarme? No creo que tenga nada de bochornoso preocuparse por contar con algún ingreso fijo y, caso de conseguirlo, cuidarlo. La gente no suele ir por la vida soltando frescas a sus jefes para comprobar cuál es su grado de tolerancia.
Pero, de todos modos, en este caso mi silencio no tenía relación alguna con la prudencia económica y sí, y bastante, con la prudencia intelectual.
Hasta ahora lo que he leído al respecto procede de dos fuentes.
Una es Mercedes Gallego, corresponsal de El Correo, que dice -y yo le creo, porque no tengo razón alguna para no hacerlo- que era muy amiga de Julio y que éste la hacía partícipe de sus sentimientos y sus preocupaciones.
Hay, por otro lado, un montón de correos electrónicos en circulación por la Red en los que diversísima gente asegura que un amigo suyo de Nueva York no identificado les ha escrito contándoles una serie de cosas muy desagradables sobre la dirección de El Mundo que supuestamente le dijo Julio antes de salir para Irak.
Iré por partes.
Dejo sentado un hecho inicial: no tengo ninguna información de primera mano sobre los hechos en cuestión. Hace tres años que cursé baja en la plantilla de El Mundo y casi el mismo tiempo que no visito sus locales. Me veo de vez en cuando con gente del periódico, por supuesto, pero nunca he hablado con ellos sobre Julio Anguita. En esas condiciones, no puedo ni afirmar ni negar por mí mismo nada que tenga que ver ni con su estatuto laboral ni con los medios que el diario le proporcionaba o le dejaba de proporcionar.
Sé bastante, eso sí, de las precarias condiciones laborales que rigen actualmente en el sector de la Prensa. Y me consta cuan implacables y desaprensivos suelen ser los directivos de los grandes medios. También los de El Mundo, por supuesto.
Y los de El Correo (no menos por supuesto).
Sostiene Mercedes Gallego que Julio echaba pestes de Pedro J. Ramírez y que le dijo que, de ocurrirle una desgracia, no quisiera que Ramírez la aprovechara pro domo sua. Es perfectamente posible. Entra dentro del orden natural de las cosas que cualquier periodista de base de cualquier periódico importante, a nada consciente y crítico que sea, sienta una vivísima aversión por el director del medio para el que trabaja. Lo raro suele ser lo contrario. Ignoro en qué condiciones laborales estará Mercedes Gallego en El Correo, pero me cuesta creer que no sepa que en ese periódico que tanto ha aireado sus confidencias sobre Anguita hay un montón de gente tan puteada como él... y bastante más. Lo mismo que en Abc, que también se apuntó a la fiesta. Y que en Tele5.
El enfado de Anguita no es sino otro enfado más de los muchos existentes en El Mundo. Julio Fuentes también arrastraba permanentemente un cabreo de mil pares. Su caso era el opuesto al del otro Julio: él no quería ver ya más guerras, pero le seguían enviando a todas. Y en condiciones de las que él renegaba sin parar.
Ayer, la dirección de El Mundo sacó una nota en la que desmintió algunas de las afirmaciones que el anónimo denunciante de Nueva York atribuía a Anguita. Las precisiones de El Mundo incluyen datos muy concretos que son comprobables. Según éstos, Anguita tenía un seguro pagado por el periódico y llevaba un buen chaleco antibalas. Por lo demás, no cobraba «a tanto la pieza», sin más, sino que tenía asignando un mínimo mensual. Con lo cual, las acusaciones procedentes de la pretendida fuente neoyorquina quedan en muy mal lugar. Y confirman de paso algo que es una regla de oro del periodismo: nunca debe darse por cierto el contenido de una denuncia anónima. Si lo que dice es verosímil y el asunto parece importante, cabe iniciar una investigación. Pero no más.
No pretendo decir, ni mucho menos, que el comportamiento de la dirección de El Mundo con Julio Anguita Parrado fuera el correcto. Lo que sí digo es que, por lo que se ha visto hasta ahora, no parece que ese comportamiento haya sido excepcionalmente inaceptable. Si pintamos como una circunstancia llamativa que alguien tenga que pedir una excedencia porque no acepta el destino laboral que le imponen y porque la dirección no se aviene a destinarlo al lugar donde él desearía ir, entonces no quiero ni contar la cantidad de circunstancias que deberíamos pintar como llamativas, incluyendo la mía propia.
¿Que es cabreante? Vaya que sí. Puedo certificarlo. Pero no excepcional. Lo excepcional en el mundo de la Prensa de hoy es tener unas condiciones laborales que puedan calificarse de dignas.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (12 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2017.
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