He escuchado hasta el aburrimiento decir que «hay que respetar a los jueces». Puro paripé. Los mismos que sueltan tan campanuda admonición de cara a la galería se eximen de su cumplimiento en cuanto se ponen a chismorrear en privado.
En realidad, los primeros que abominan de los jueces son los propios jueces. No conozco ni uno solo que no diga pestes de muchos de sus teóricos compañeros. Y lo peor es que, oyéndolos, parecen hacerlo cargados de razones.
Algunos de mis amigos se declaran perplejos por el procesamiento de Javier Gómez de Liaño. No ven sentido a las acusaciones que le dirigen. Son absurdas, en efecto. Pero eso no tiene la menor importancia. Lo raro no es que Gómez de Liaño fuera ayer suspendido de sus funciones en la carrera judicial. Lo extraño es que no lo hayan echado de ella hace tiempo. Primero, porque se trata de un juez que ha ido siempre por libre, y la independencia, en las alturas de la Justicia española, es un estorbo. Y segundo, porque no sólo reflexiona por su cuenta, sino que, además, actúa conforme a lo que piensa. Y hasta ahí podríamos llegar.
Salvo independencia, nuestra Justicia traga lo que se le eche. Acepta sin inmutarse las más descaradas banderías políticas. Ahí está el Consejo General del Poder Judicial: todo el mundo sabe que los partidos se reparten el servicio de sus miembros. Uno de ellos hasta forma parte de una fundación política en la que está medio PSOE -empezando por González-, y eso a nadie extraña, y menos aún incomoda. Sólo un integrante del CGPJ es de dudosa adscripción política: el nombrado a propuesta de IU. Tal como funciona, parece del PSOE.
Bueno, pues se supone que ése es el órgano encargado de gobernar a jueces y magistrados.
¿La Audiencia Nacional? Tiene de presidente a un señor que se ufana de inspirar la línea editorial de El País. Y luego vota como juez en asuntos que afectan a Polanco.
Y qué decir -o más bien qué no decir- del Supremo. Cada vez que toma cartas en un asunto con repercusiones políticas, todo quisque se pone a hacer cuentas con los jueces de la Sala concernida. Las consideraciones son a veces de un tenor realmente singular: uf, ése es más del PSOE que Císcar; ten en cuenta que el de más allá fue del equipo de Narcís Serra; al otro lo tienen cogido por el cuello porque saben que llevaba clientes a un despacho de abogados mientras actuaba como instructor... Y en ese plan. Los hay que no, desde luego. Pero los hay que sí, y tan ricamente.
Me quedé helado la primera vez que ví a sesudos juristas haciendo cuentas de ese género. Ahora ya no me escandalizo. Ahora ya no me escandalizo por nada, tratándose de este gremio de políticos con toga.
Algunos de ellos van a propugnar que a Javier Gómez de Liaño se le condene por prevaricación. Qué sarcasmo. Qué inmensa caradura.
Dicen las encuestas que el 88,4% de los ciudadanos de este país desconfía de los jueces.
Me pregunto en qué guindo vivirá el 11,6% restante.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de junio de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de julio de 2012.
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