Le critican su campechana locuacidad. Es muy libre de pensar lo que quiera -le apuntan- pero, ostentando la Presidencia del Tribunal Constitucional, debería abstenerse de decirlo, para no contaminar su imagen de imparcialidad.
Aparentemente, la crítica es razonable. En realidad, es perversa. Le están diciendo: «Esconda su feroz uniformismo nacional; reserve su visceral parcialidad para las sentencias».
Un reputado constitucionalista me contó que Jiménez de Parga bromea diciendo que hace años que no estudia, porque ya no tiene edad para eso. Yo no creo que sea una broma. Más me parece una confesión. Sus reflexiones sobre «las nacionalidades históricas» y «las regiones segundonas» son de polémica de barra de taberna. Pretende que calificar de «nacionalidades históricas» a Cataluña, Euskadi y Galicia implica considerar que Andalucía, Castilla, Extremadura o Aragón no tienen Historia, o la tienen a medias, o de menor interés, y da a entender que lo único que distingue a esas nacionalidades es que obtuvieron un Estatuto de Autonomía de la II República, tal vez porque llegaron antes a la cola. Ni siquiera se toma el trabajo de mencionar las singularidades lingüístico-culturales como factor diferencial.
Pero lo peor no es la frívola desenvoltura con la que va por la vida pisando huevos, sino la malquerencia de fondo que revela. «En el año 1000, los andaluces teníamos (sic), y Granada tenía, varias decenas de surtidores de agua de colores distintos y olores diversos, cuando en algunas zonas de esas llamadas "comunidades históricas" ni siquiera sabían lo que era asearse los fines de semana», dice. ¡Ele! ¡Eso son ganas de fomentar la fraternidad entre los pueblos, y lo demás, chorradas!
¿Qué cabe esperar de un magistrado que examina los problemas con ese espíritu? Lo que está haciendo.
No le pidan que disimule. Es preferible que juegue con las cartas boca arriba. Ya sé que lo suyo no es sinceridad, sino verborragia, pero tanto me da: el caso es que se retrata.
...y Aznar se ahoga en ellas
El presidente del Gobierno también se pasea lanza en ristre por los mismos campos. El domingo dijo que él aboga por un modelo de Estado en el que no tengan espacio «los guetos culturales e identitarios», en tan sorprendente como insultante alusión a Cataluña y Euskadi. No se dio cuenta de la torpeza que implica el uso del término «gueto». Porque los guetos nunca se forman por decisión aislacionista de quienes los habitan, sino por la voluntad segregadora de quienes deberían procurar la convivencia, pero no quieren.
Ayer mejoró el discurso, aludiendo a «los mitos étnicos» y -agarrémonos, que hay curva- a «las tribus». Ésas son cosas propias de los nacionalistas periféricos. Para él se reservó «la razón democrática».
Pregunta: cuando Fraga apeló en la Convención del PP al apóstol Santiago y a la virgen del Pilar, ¿lo hizo tal vez en nombre de «la razón democrática»? ¿No habría por ahí tal vez un poquitín de «mito étnico»?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de febrero de 2017.
Comentar