Se ha convertido en un tópico afirmar que la vieja división política entre izquierdas y derechas ya no resulta operativa. Que, más que ayudar a comprender la realidad, despista.
Estoy de acuerdo -cómo no- en que, a estas alturas de la Historia, decir de alguien que es «de izquierdas» proporciona muy escasas pistas sobre su universo mental. Lo mismo puede ser enemigo jurado del neoliberalismo que estricto defensor de las recetas del FMI, estar en contra de la inminente guerra contra Irak que idolatrar a George W. Bush, formar parte de una asociación pro-Palestina que aplaudir a Ariel Sharon, reclamar el derecho de autodeterminación para Euskadi que pedir que nos dejemos de mandangas y admitamos que la ikurriña es la bandera de ETA. Ahí tenemos el caso, verdaderamente espectacular, de Tony Blair, que dirige el Partido Laborista de Gran Bretaña -o sea, que se supone que es «de izquierdas»- y que vive sin vivir en él ante el temor de que Aznar pueda desbordarle por la derecha el día menos pensado.
Sin embargo, tengo observado que esos especímenes, que buena parte de la opinión pública sitúa en la izquierda -por mera rutina geopolítica, supongo-, eluden en los últimos tiempos con muchísimo cuidado proclamarse de izquierdas. Prefieren hablar de «mayorías de progreso», «cambios tranquilos» y vaguedades inasibles por el estilo. Experimentados en la venta y reventa de sí mismos, se ve que han comprobado que con el envoltorio de la izquierda ya no le valen al establishment ni como regalo de empresa, y han optado por declararse por encima de la división izquierda / derecha (proclama que, como se sabe, es típica de la derecha desde casi hace dos siglos).
Gracias a ello -paradojas de la vida-, lo de ser de izquierda está empezando a recuperar algún sentido, por puro y simple abandono de sus agentes contaminantes.
Decía antes que alimento desde hace años un gran escepticismo acerca de la utilidad conceptual del término «izquierda». A cambio, jamás he tenido la menor duda sobre la existencia de la derecha y, por lo tanto, sobre la vigencia del término que la designa. Ella misma se encarga de recordar su existencia -de recordárnosla a todos- día tras día. A todas horas. Por tierra, mar y aire
La derecha no sólo existe, sino que se muestra cada vez más multifacética. Cada vez tiene más siglas y más medios desde los que difundir su mensaje uniforme. Ya ha conseguido que apenas haya otro.
Lo único que hace falta para saber si alguien es de derechas es ver si defiende las posiciones de la derecha. Del Poder, en suma.
Así de simple.
Y olvidarse de si lo hace citando a Maeztu o a Gramsci.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (28 de septiembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de enero de 2018.
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