A petición de los poderosos partidos religiosos que lo sostienen, el Gobierno de Israel ha decidido prohibir la pornografía.
Bueno, no. En rigor -y nunca mejor dicho-, lo que ha prohibido es la pornografía para pobres, porque la gente de posibles seguirá viendo vía satélite todas las pelis porno que quiera, a través de los correspondientes canales de pago.
Los pobres iraelíes -los israelíes pobres, quiero decir- no se lo merecen, pero confieso que me he alegrado. Me produce satisfacción que el personal responda a mis juicios previos. Debe de ser una vena sádica que tengo: cuando concluyo que alguien no tiene remedio, me congratula comprobar que comete actos irremediablemente estúpidos.
Contrariamente a bastante otra gente de mi generación y de convicciones políticas similares a las mías, hace largas décadas que tengo una opinión muy favorable de la pornografía, como método para sublimar por la vía de la fantasía algunas pulsiones no necesariamente edificantes.
Es genial que el Gobierno de Israel, habitual autor de acciones de crueldad inaudita, se dedique a prohibir fantasías.
Escucho en la radio que la oposición progresista israelí -se ve que existe- ha denunciado la medida. Argumenta que Israel cada vez se parece más a Irán.
No está mal traído el ejemplo. Los integristas de todo pelo responden al mismo esquema de comportamiento.
Pero son un poco injustos. Con Irán.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de julio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de mayo de 2017.
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